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Opinión

Testamento 2022

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Por: Pablo Ruíz

Que quede atrás el dolor, lo impropio, la desaventura, que ello se lleve cualquier tipo de amargura. Que venga la esencia, lo natural, la locura, que ella consuma cada átomo de nuestra compostura para crear nuevos caminos, dar pasos nuevos y elaborar nuevos destinos.

Que queden atrás las certezas, las comodidades y las sapiencias. Que venga la incertidumbre como bandera para aprender nuevas ideas. Que venga la incomodidad a ser fiel compañera, para no estancarnos en un metro cuadrado de tierra. Que venga la duda permanente a ser un buen desayuno de la mañana para quitarnos los dogmas y beber la libertad diaria.

Que queden atrás los amores de alcoba, los besos de plástico, los abrazos de dos brazos. Que vengan los amantes de cuatro estaciones, de todos los colores, de todos los espacios, para hacer del amor un movimiento diario. Que vengan los besos estrafalarios, los pequeños, los grandes, los oscuros e iluminados, para hacer danzar las lenguas y los ojos como un vals acompasado. Que vengan los abrazos de cuerpo entero, los sentidos, los de unir un alma a partir de dos, tres, cuatro cuerpos, es más que los abrazos sean de varios elementos, para que nos entendamos con el otro y los otros en un solo argumento.

Que queden atrás los apuntadores del todo, los pasivos de la nada, los hacedores del odio. Que venga la responsabilidad de cada uno, la compartida, para construir juntos, para apuntar por primera vez la ciudad y país que en la diversidad debemos trabajar en conjunto. Que vengan los activos, los activos del amor, los activos de la vida, los activos del día a día, los que hacen el amor con la vida misma, los que se beben el aire cada mañana, los que no tienen más que el presente y la bienaventuranza.

Que hagamos de la interrupción, un camino nuevo; del tropiezo un paso de danza; del miedo, un amigo; del sueño, una realidad; de la búsqueda, un camino; de la vida, una aventura; de la muerte, nuestra sombra; de la verdad, un desafío; del beso, un alimento; del error, un reto aprendido. Que hagamos del cuerpo, una fiesta; de la naturaleza, un hogar; de la familia un refugio; del amigo, un hermano; del amor, una verdad. Que vayamos por la vida hasta el ocaso de nuestros tiempos, empolvados, amados, coloreados diciendo ¡bien vivido hasta el último de mis días!. Fuente: El Telégrafo

Noticias Zamora

Autonomía intelectual: el desafío de pensar por uno mismo

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Introducción

En una época donde la información abunda pero el pensamiento escasea, la verdadera libertad ya no se mide por fronteras políticas, sino por la capacidad de pensar por cuenta propia. Vivimos rodeados de opiniones, ideologías y verdades prefabricadas que buscan guiarnos o distraernos, y pocas veces nos detenemos a preguntarnos si lo que creemos realmente nos pertenece. La autonomía intelectual surge, entonces, como uno de los mayores desafíos del ser humano contemporáneo: atreverse a pensar sin depender del pensamiento ajeno.

Desde los tiempos de Kant y Nietzsche, la filosofía ha advertido sobre esta tensión entre obedecer y pensar, entre seguir el rebaño o abrir un camino propio. Kant llamó a esa valentía sapere aude (“atrévete a saber”), mientras que Nietzsche celebró a los “espíritus libres” que crean sus propios valores y rompen con las verdades impuestas. Ambos coincidieron en una misma idea: la libertad comienza en la mente.

Desarrollar una mente autónoma no es un acto instantáneo, sino un proceso de maduración que exige duda, reflexión y coraje. Implica aprender a razonar, cuestionar y decidir con fundamento, sin caer en la dependencia de autoridades, costumbres o modas intelectuales. En otras palabras, la autonomía intelectual no consiste en pensar diferente por rebeldía, sino en pensar con criterio y conciencia.

Este artículo explora el significado, los fundamentos y los caminos hacia la autonomía intelectual. A través de la filosofía, la historia y la psicología del desarrollo, busca mostrar que la independencia más profunda no se conquista con armas, sino con ideas. Pensar por uno mismo, en un mundo que invita a repetir, es quizá el acto más revolucionario de nuestro tiempo. 

Autonomía y Heteronomía: ¿qué decides?

Según Friedrich Nietzsche, el mundo puede dividirse en dos tipos fundamentales de personas: aquellas que siguen sus propios deseos y valores, y aquellas que viven siguiendo los deseos, las normas o las ideas impuestas por los demás.

Las primeras representan al individuo autónomo, fuerte y creador, capaz de afirmar su propia voluntad y construir su propio camino sin dejarse dominar por las presiones externas. Son los que Nietzsche llamaría los “espíritus libres”, que trascienden la moral convencional y se atreven a pensar y actuar por sí mismos.

Las segundas, en cambio, son los individuos heterónomos, débiles y conformistas, que se limitan a aceptar lo que la sociedad dicta, sin cuestionar. Estas personas viven bajo lo que Nietzsche denomina la “moral del rebaño”, una moral que exalta la obediencia, la mediocridad y el miedo al cambio.

Nietzsche critica precisamente esa tendencia humana a someterse a la presión social y a aceptar las ideas de la mayoría sin reflexionar. Ejemplos históricos (como el fanatismo colectivo que permitió el ascenso del nazismo en Alemania, muestran cómo las masas pueden ser fácilmente manipuladas cuando renuncian a su pensamiento crítico).

Como decía Immanuel Kant, con cierta amargura, “el ser humano es el único animal que necesita un amo” para vivir, lo que evidencia la dificultad de alcanzar una verdadera libertad interior. Nietzsche toma esta observación y la lleva más lejos: considera que la debilidad del ser humano se manifiesta precisamente cuando cede ante la comodidad del conformismo y renuncia a su propia voluntad de poder.

En resumen, para Nietzsche la lucha más importante no es contra los demás, sino contra nuestra propia tendencia a obedecer. Solo cuando el individuo se atreve a crear sus propios valores y a vivir según su auténtico deseo, puede decirse que es verdaderamente libre y fuerte.

Autónomo (a): es quien actúa por decisión propia, guiada por sus principios, su razón o sus valores, y no por la influencia o mandato de otros. Es capaz de pensar críticamente y asumir la responsabilidad de sus actos. Una persona autónoma decide, piensa y actúa por sí misma, sin dejarse dominar por modas, grupos o autoridades externas.

Heterónomo (a): actúa bajo la influencia o control de otros. No toma decisiones propias, sino que se deja guiar por normas, costumbres o mandatos externos (ya sean sociales, religiosos, políticos o familiares). El heterónomo representa al individuo débil y sumiso, que vive siguiendo la “moral del rebaño”. No se atreve a crear su propio camino y acepta lo que dicta la mayoría. Una persona heterónoma se deja arrastrar por la opinión pública, las modas o las expectativas de los demás, sin cuestionarlas.

De la independencia política a la independencia del pensamiento

El 9 de octubre de 1820 se gestó la independencia de Guayaquil, un suceso que marcó el inicio del proceso libertario en lo que hoy es Ecuador. Aquellos hombres y mujeres decidieron romper los lazos coloniales que los ataban al Imperio español y asumieron el riesgo de construir su propio destino. No fue una tarea sencilla: la independencia exigió valentía, conciencia y, sobre todo, la voluntad de pensar más allá de los límites impuestos por la autoridad extranjera.

Hoy, más de dos siglos después, el espíritu de aquella gesta sigue teniendo vigencia, aunque bajo nuevas formas de dependencia. Ya no estamos bajo el yugo político de una corona, pero muchas veces seguimos cautivos de la heteronomía, de la ignorancia, de la manipulación informativa y de la falta de pensamiento crítico. La libertad que necesitamos conquistar en este siglo XXI no es territorial, sino intelectual.

Así como los patriotas del 9 de octubre empuñaron las armas para alcanzar la soberanía, nosotros debemos empuñar las armas del conocimiento, la educación y la investigación para liberarnos de la desinformación, la apatía y la dependencia mental. La verdadera independencia se logra cuando aprendemos a pensar por nosotros mismos, a cuestionar lo que se nos dice y a fundamentar nuestras decisiones en datos, razones y evidencias, no en rumores o ideologías impuestas.

Guayaquil buscó su autonomía política; hoy nosotros debemos buscar nuestra autonomía intelectual. Solo entonces podremos decir que hemos heredado verdaderamente el legado de aquellos libertadores: no repetir su lucha, sino continuarla en el terreno de las ideas, conquistando la libertad más profunda y duradera: la libertad del pensamiento. 

Cultivar la mente: el camino seguro hacia la autonomía intelectual 

Desarrollar la autonomía intelectual es un proceso gradual que exige reflexión, disciplina y curiosidad. No consiste en acumular información, sino en aprender a pensar con criterio propio, evaluar las ideas y construir conocimiento desde la duda y la razón. La independencia mental nace del ejercicio constante de la crítica y del diálogo con el mundo.

Estrategias para una mente autónoma: Algunas prácticas fundamentales para fortalecer el pensamiento libre son:

  • Autoevaluarse: cuestionar nuestras propias creencias y reconocer sus fundamentos.
  • Investigar de forma independiente: contrastar fuentes y buscar distintas perspectivas.
  • Debatir con respeto: argumentar y aprender del desacuerdo.
  • Leer con análisis: interpretar, comparar y reflexionar sobre lo leído.
  • Pensar sobre el propio pensamiento (metacognición): entender cómo aprendemos y mejoramos.
  • Rodearse de entornos que estimulen la curiosidad y la crítica.

Una educación verdaderamente formadora consiste en enseñar a los hombres no lo que deben pensar, sino a pensar

El rol de la educación y la lectura

Entre las materias que más contribuyen al desarrollo del pensamiento autónomo tenemos: Filosofía, Lengua y Literatura, Historia, Ciencias y Arte, son las que despiertan la reflexión, la creatividad y el razonamiento lógico. Sin embargo, su impacto depende del método de enseñanza, del entorno familiar y de la motivación del estudiante.

Entre todos los hábitos intelectuales, la lectura ocupa un lugar central. Leer es un acto de libertad: amplía horizontes, despierta la imaginación y debilita la ignorancia. En Ecuador se lee, en promedio, un libro al año, mientras que en países más lectores como Canadá o Francia se leen alrededor de diecisiete. Si aspiramos a una sociedad más crítica, debemos leer más, pensar más y repetir menos.

Aprender a volar con la cuerda

Como la cometa que se estrella al romper su hilo, muchos jóvenes confunden la libertad con la ausencia de límites. La verdadera libertad no consiste en desprenderse de toda guía, sino en aprender a volar con dirección y propósito. La educación es esa cuerda que sostiene, orienta y permite alcanzar alturas mayores.

Por eso, el papel de los padres y educadores no es imponer, sino acompañar el vuelo del pensamiento, guiando a los jóvenes desde la heteronomía hacia la autonomía, desde el seguir ciegamente hacia el comprender libremente.

Desarrollar la autonomía intelectual es, en definitiva, continuar la obra inconclusa de la libertad humana. No basta con ser libres políticamente si seguimos siendo esclavos mentalmente. Pensar por uno mismo es el acto más revolucionario de nuestro tiempo.

Cómo aporta el pensamiento crítico a la autonomía intelectual

En una conferencia sobre la importancia del pensamiento crítico, un estudiante le preguntó a su maestro Russell: “¿Por qué insiste tanto en cuestionarlo todo?” Russell tomó una taza vacía que estaba en la mesa, la levantó y le dijo: “¿Me creerías si te digo que esta taza está llena de agua?” El estudiante dudó un momento y respondió: “No, necesitaría pruebas de que realmente hay algo en esa taza.” Russell dijo: “Eso es exactamente la base del pensamiento crítico: no aceptar afirmaciones sin pruebas suficientes; de lo contrario, corremos el riesgo de llenar nuestra mente de tazas vacías.” Otro estudiante preguntó: “¿Y qué debemos hacer cuando algo no puede ser probado?” Russell respondió: “Si no hay pruebas, lo más sensato es suspender el juicio. Es mejor aceptar nuestra ignorancia que llenarla con falsas certezas. La duda, aunque incómoda, es mucho más valiosa que una creencia sin fundamento. No se deje llenar el corazón de odios infundados ni la cabeza de falsedades; active el pensamiento crítico.”

El pensamiento crítico es fundamental para la autonomía intelectual porque dota a las personas de las habilidades necesarias para examinar la validez de las ideas, evaluar fuentes de información y formular juicios propios basados en la razón y la evidencia. Sin esta capacidad, el pensamiento individual se vuelve dependiente de la opinión ajena, de la autoridad o de la costumbre. La autonomía intelectual, por tanto, no significa pensar diferente por rebeldía, sino pensar por cuenta propia con fundamento.

Además, el pensamiento crítico promueve la responsabilidad intelectual: obliga a reconocer los límites del propio conocimiento, a revisar las propias creencias y a corregir errores cuando la evidencia lo exige. Esta disposición a la autocrítica fortalece la independencia mental, pues impide que la persona se aferre dogmáticamente a ideas solo por conveniencia o tradición. Una mente crítica no es aquella que lo rechaza todo, sino la que sabe discernir entre lo verdadero, lo probable y lo falso.

Por otro lado, en una sociedad saturada de información y opiniones, el pensamiento crítico se convierte en una herramienta de liberación cognitiva. Permite filtrar los mensajes manipuladores, distinguir los hechos de las interpretaciones y reconocer los intereses ocultos detrás de ciertos discursos. Así, quien piensa críticamente no se deja llevar por la presión social ni por las emociones colectivas, sino que actúa desde su criterio propio, construyendo una voz auténtica dentro del diálogo social.

En síntesis, el pensamiento crítico es la base de la autonomía intelectual porque enseña a pensar con libertad, pero también con responsabilidad. Una mente autónoma no es la que sabe más, sino la que sabe pensar mejor: aquella que duda con inteligencia, razona con rigor y decide con conciencia.

La Edad de la Independencia Mental 

Diversos estudios en psicología cognitiva, educación y neurociencia del desarrollo coinciden en que la autonomía intelectual es una capacidad que no todas las personas alcanzan plenamente. Se estima que solo entre el 20% y el 30% de los adultos logran desarrollar un pensamiento verdaderamente autónomo, caracterizado por la habilidad de cuestionar las ideas recibidas, evaluar críticamente la información y formar juicios propios fundamentados. El resto de la población tiende a apoyarse en la autoridad de figuras externas (como expertos, instituciones, medios o tradiciones) al momento de decidir qué creer o cómo interpretar el mundo.

Esta diferencia no necesariamente refleja una falta de inteligencia, sino más bien el grado de madurez intelectual y emocional alcanzado. La autonomía intelectual requiere no solo habilidades cognitivas avanzadas, sino también seguridad personal, autoconfianza y apertura mental para tolerar la incertidumbre y revisar las propias creencias. Por ello, suele verse influida por factores como la educación recibida, el entorno cultural, las oportunidades de debate y reflexión, y el acceso a información diversa.

En cuanto a la edad, la autonomía intelectual comienza a manifestarse durante la adolescencia media (aproximadamente entre los 13 y 17 años), cuando el desarrollo del pensamiento abstracto permite reflexionar sobre valores, normas y puntos de vista distintos. Sin embargo, este proceso no se consolida de inmediato. Estudios en neurociencia han mostrado que la corteza prefrontal, responsable de la toma de decisiones complejas y del juicio crítico, sigue madurando hasta los 25 o incluso 30 años. Por ello, se considera que la edad de desarrollo pleno de la autonomía intelectual suele ubicarse entre los 25 y 30 años, momento en el que la persona alcanza un equilibrio entre pensamiento lógico, experiencia vital y estabilidad emocional.

Cabe destacar que este desarrollo no ocurre de manera automática. Las personas que no son estimuladas intelectualmente por ejemplo, a través del diálogo, la lectura crítica o la exposición a diferentes perspectivas, pueden quedar ancladas en etapas de pensamiento dependiente o conformista, sin llegar a cuestionar de manera profunda las ideas predominantes. En cambio, quienes viven en entornos que promueven la curiosidad, la reflexión y la responsabilidad intelectual tienden a alcanzar mayores niveles de independencia cognitiva.

En síntesis, la autonomía intelectual es una meta evolutiva y educativa que solo una parte de la población logra plenamente.

Conclusión

La autonomía intelectual representa uno de los logros más altos del espíritu humano. No basta con vivir en una sociedad libre si nuestra mente sigue siendo prisionera de la costumbre, la manipulación o el miedo a pensar distinto. La verdadera independencia no se conquista con espadas ni con leyes, sino con ideas propias, con la valentía de razonar y con la humildad de aprender.

Pensar por uno mismo es un acto de coraje. Implica asumir la responsabilidad de nuestras creencias, reconocer los límites de nuestro conocimiento y atrevernos a cuestionar incluso aquello que consideramos incuestionable. Significa abandonar la comodidad del pensamiento colectivo y aventurarse en el terreno, a veces incierto, de la reflexión personal. Pero solo allí, en ese ejercicio de duda y conciencia, nace la auténtica libertad.

Así como los pueblos lucharon por su independencia política, cada persona debe luchar por su independencia mental. La autonomía intelectual es una forma de emancipación interior que nos protege de la manipulación, del fanatismo y de la ignorancia. Es también el cimiento de una sociedad más justa y lúcida, capaz de dialogar sin dogmas y de construir conocimiento con sentido crítico y ético.

El desafío de pensar por uno mismo es, en el fondo, una invitación a vivir con plenitud: a no aceptar verdades impuestas, a leer más y repetir menos, a mirar el mundo con ojos propios. Ser autónomos intelectualmente no es un privilegio, sino una responsabilidad con nosotros mismos y con el futuro que ayudamos a construir.

Porque solo quien se atreve a pensar libremente puede considerarse verdaderamente libre.

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Noticias Zamora

MI TIERRA DE AVES Y CASCADAS

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Hoy, Zamora cumple 476 años de su fundación. Casi cinco siglos de historia, de lucha, de pluriculturalidad, de gente buena y amable que se levanta cada día a luchar por sus sueños. Mi tierra de aves y cascadas, donde tuve la oportunidad de vivir parte de mi niñez y adolescencia. Aunque la vida me alejó de esta bella tierra, su gente, su flora y su fauna siempre las llevo en el corazón y en mi memoria.

Zamora es más que un punto en el mapa; es un sentimiento. Es ese aroma a tierra mojada después de la lluvia, es el sonido del río Bombuscaro que acompaña las tardes, es la mirada sincera del campesino y la sonrisa cálida del amigo que siempre tiene tiempo para una charla. Entre montañas y neblina, uno aprende que la verdadera riqueza no está en el oro de sus ríos, sino en la nobleza de su gente.

Celebrar a Zamora es recordar lo que somos; un pueblo trabajador, diverso y profundamente humano. Es reconocer a quienes han dedicado su vida al campo, a la educación, a la música, al arte y a la defensa de nuestra naturaleza. Porque Zamora no solo guarda historia, guarda futuro. Cada joven que estudia, cada emprendedor que apuesta por su tierra, cada familia que se esfuerza por salir adelante.

En este aniversario recordamos a esta tierra que lo da todo sin pedir nada. Cuidarla, protegerla y, sobre todo, sentirnos orgullosos de llamarla nuestro hogar. Aunque la vida nos haya llevado por distintos caminos, mi querida Zamora, siempre te llevaré en el corazón.

Feliz aniversario, Zamora querida.    
Franco Tamay Vega   
Abogado.

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Opinión

Edad adulta: sabiduría que guía

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Introducción

La edad adulta constituye una de las etapas más decisivas en la vida del ser humano y en el destino de la sociedad. A menudo se asocia con retos y limitaciones, pero en realidad encierra una riqueza invaluable: la experiencia, la estabilidad emocional y la sabiduría que solo los años permiten forjar. Lejos de ser un periodo de declive, la adultez madura representa un tiempo de plenitud, en el que la persona puede aportar con mayor sensatez, profundidad y compromiso a la construcción del bien común.

En un mundo donde predomina la velocidad de los cambios y la exaltación de la juventud, reconocer el papel de los adultos en la familia, la comunidad y las instituciones es fundamental para avanzar con rumbo cierto. Su rol como orientadores, consejeros y transmisores de valores constituye un soporte que sostiene la cohesión social y asegura la continuidad de la memoria colectiva.

Este artículo busca destacar las fortalezas, los desafíos y el impacto de la edad adulta, mostrando cómo su aporte resulta indispensable para el equilibrio, la productividad y la proyección de una sociedad más justa, sabia y sostenible.

Celebrar la edad adulta: dignidad y reconocimiento en el camino de la vida

Cada 1 de octubre, el mundo conmemora el Día Internacional de las Personas de Edad, instaurado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1990. Esta fecha no solo busca rendir homenaje a quienes han transitado la mayor parte de su recorrido vital, sino también visibilizar los retos y oportunidades que implica envejecer en sociedades cada vez más longevas.

La edad adulta trae consigo transformaciones físicas, psicológicas y emocionales inevitables: el cuerpo pierde algunas capacidades, los ritmos de vida cambian y el entorno social se reconfigura. Sin embargo, estos cambios no deben ser vistos como una pérdida, sino como una transición que merece ser afrontada con dignidad, apoyo y respeto. Reconocer la riqueza de la experiencia acumulada es clave para que las personas adultas se mantengan activas, participativas y con un sentido renovado de propósito.

Celebrar esta etapa significa también derribar prejuicios que reducen a la vejez a un tiempo de inactividad o dependencia. Por el contrario, es el momento de consolidar la sabiduría adquirida, fortalecer vínculos intergeneracionales y aportar una visión más serena y profunda a los desafíos sociales.

Así, la conmemoración internacional se convierte en un recordatorio colectivo: honrar a las personas adultas no solo es un acto de justicia y gratitud, sino una apuesta por una sociedad que se enriquece al integrar la diversidad de edades en su proyecto de futuro.

En la voz de la edad adulta resuena la brújula que orienta el rumbo de la humanidad.

¿Cuál es el rol fundamental de las personas adultas en la sociedad?

Las personas en edad adulta, especialmente en su etapa madura, representan un pilar esencial para la estabilidad y el progreso de la sociedad. Su aporte trasciende la simple acumulación de años: se trata de la integración entre conocimiento adquirido, experiencia de vida y capacidad de orientar con sabiduría los procesos colectivos.

Dentro del núcleo familiar, los adultos actúan como consejeros naturales. No solo transmiten conocimientos prácticos, sino que enseñan con el ejemplo valores como la paciencia, la responsabilidad y la solidaridad. Su presencia fortalece la identidad familiar, ya que sirven como puente entre generaciones y guardianes de la memoria histórica que da continuidad a la vida comunitaria.

En el ámbito comunitario y social, su rol se proyecta en la capacidad de mediar en conflictos, orientar a los jóvenes en la toma de decisiones y aportar una visión más amplia y prudente ante los desafíos colectivos. Las sociedades que saben integrar a los adultos en procesos de participación ciudadana suelen contar con mayor cohesión y estabilidad, porque la experiencia permite prever riesgos y diseñar soluciones con mayor sensatez.

A nivel institucional y laboral, los adultos, incluso tras la jubilación, conservan la capacidad de aportar como asesores, mentores o formadores. Los programas de acompañamiento intergeneracional, cada vez más valorados en diferentes países, muestran cómo la experiencia acumulada puede convertirse en un motor para la innovación, el emprendimiento y la transmisión de buenas prácticas en diversos campos.

En definitiva, el rol fundamental de las personas adultas radica en su función de orientadores sociales. Lejos de ser un grupo pasivo, son agentes activos de equilibrio y sabiduría. Reconocer y potenciar esta función no solo dignifica a quienes transitan esta etapa de la vida, sino que garantiza que la sociedad avance con bases sólidas, sustentada en la experiencia, la reflexión y la resiliencia que caracterizan a la edad adulta.

Cada año vivido no es un peso, sino un peldaño hacia la sabiduría que guía a la sociedad

Fortalezas y debilidades de la edad adulta

La edad adulta representa una etapa en la que confluyen grandes virtudes y también retos que deben ser reconocidos y atendidos con sensibilidad. No se trata de ver esta fase solo desde las carencias o los logros, sino de comprenderla como un periodo con un potencial invaluable para la sociedad.

Entre las fortalezas más significativas se encuentra la experiencia acumulada, fruto de los años vividos, que permite ofrecer consejos y tomar decisiones con mayor madurez. La edad adulta también suele otorgar una visión de largo plazo, evitando la inmediatez que caracteriza a otras etapas de la vida. A esto se suma una mayor estabilidad emocional, que favorece la resolución de conflictos, y un sentido de pertenencia hacia la familia, la comunidad y la sociedad en general, lo cual impulsa la transmisión de valores como la solidaridad, la responsabilidad y la resiliencia.

Sin embargo, también se deben considerar las debilidades propias de esta etapa. Entre ellas se encuentran la dificultad para adaptarse a los avances tecnológicos, lo que puede generar sensación de exclusión en un mundo digitalizado. Asimismo, pueden aparecer limitaciones físicas y de salud, que reducen la autonomía en algunos casos, y una cierta resistencia al cambio, producto de los hábitos consolidados a lo largo de la vida. Estas circunstancias, si no son abordadas de manera adecuada, pueden llevar a situaciones de aislamiento o subvaloración del rol de las personas adultas.

No obstante, estas debilidades no deben verse como obstáculos insuperables, sino como oportunidades para la sociedad. Con programas de inclusión tecnológica, educación continua, atención integral a la salud y la creación de espacios de participación activa, es posible potenciar las fortalezas y disminuir las limitaciones. De esta manera, se asegura que la edad adulta siga siendo un motor de progreso social y un pilar de orientación ética y cultural.

En síntesis, la edad adulta es una etapa de equilibrio entre la riqueza de la experiencia y los desafíos propios del envejecimiento. La clave está en reconocer sus aportes, atender sus necesidades y generar condiciones para que sus fortalezas prevalezcan sobre sus debilidades, en beneficio de toda la sociedad.

Experiencias internacionales en la inclusión de personas adultas

En diversas partes del mundo se ha reconocido que los adultos, especialmente los mayores, constituyen una reserva invaluable de conocimiento, memoria histórica y orientación ética. Su papel va más allá de lo familiar o lo comunitario: son actores estratégicos en la construcción de sociedades más equilibradas y sostenibles.

En Japón, por ejemplo, los consejos comunitarios y las asambleas barriales suelen integrar la voz de los ancianos, no solo como una muestra de respeto, sino como un recurso práctico para anticipar problemas y planificar proyectos con una visión de largo plazo. Allí se entiende que la experiencia vivida permite prever consecuencias que los jóvenes, en ocasiones, aún no pueden dimensionar.

En Europa, países como Alemania y Suecia han institucionalizado programas de mentoría donde profesionales retirados asesoran a jóvenes emprendedores, artesanos o investigadores. De esta manera, la sociedad no desperdicia el capital humano acumulado durante décadas de ejercicio profesional, y al mismo tiempo fortalece el tejido económico, generando vínculos intergeneracionales que favorecen la cohesión social.

En América Latina, aunque aún queda un camino largo por recorrer en materia de inclusión sistemática, existen experiencias valiosas. En comunidades indígenas de México, Perú o Bolivia, los adultos mayores mantienen un rol central como guardianes de la memoria colectiva, transmisores de valores y consejeros en la toma de decisiones comunitarias. Su palabra es considerada una fuente de legitimidad y un puente entre la tradición y el presente.

Incluso en espacios urbanos latinoamericanos empiezan a surgir iniciativas donde los adultos mayores participan en proyectos culturales, ambientales y educativos. Desde clubes de lectura intergeneracionales hasta huertos comunitarios liderados por mayores, se está visibilizando su capacidad de liderazgo y su aporte al bien común.

La valoración de la voz adulta no es una práctica novedosa. En la antigüedad, el “consejo de ancianos” era considerado el organismo más elevado de asesoría para los gobernantes. Este espacio garantizaba que la experiencia y la sabiduría acumuladas se tradujeran en decisiones políticas más prudentes y menos expuestas a errores innecesarios. Aunque los tiempos han cambiado, el principio permanece vigente: ninguna sociedad que aspire a avanzar con rumbo cierto puede prescindir de la orientación de quienes ya han recorrido gran parte del camino.

Honrar la edad adulta es asegurar un futuro con raíces firmes y horizontes claros

La edad adulta como etapa cumbre de productividad y trascendencia

 Lejos de ser una fase de declive, la edad adulta madura (particularmente entre los 50 y 70 años) se ha consolidado como una de las etapas más productivas y trascendentes de la vida humana. Un estudio de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos evidenció que, en este rango de edad, las personas alcanzan su punto más alto de aporte social gracias a la conjunción de tres factores: experiencia acumulada, conocimiento especializado y sabiduría práctica.

Los ejemplos lo confirman: la edad promedio de los ganadores del Premio Nobel es de 62 años, lo cual refleja que los descubrimientos y aportes científicos más significativos suelen concretarse tras décadas de esfuerzo y dedicación. De igual manera, la edad promedio de los presidentes de las compañías más influyentes del mundo ronda los 63 años, lo que demuestra que la madurez brinda la capacidad de liderar con visión estratégica y prudencia en entornos complejos. Incluso en el ámbito espiritual y comunitario, la edad promedio de los líderes de las 100 iglesias más grandes del mundo es de 70 años, destacando la confianza que la sociedad deposita en la experiencia para guiar lo colectivo.

Más allá de las cifras, este hallazgo resalta una verdad profunda: la edad adulta no solo es productiva en términos materiales, sino también en lo humano. En este periodo, las personas suelen desplegar su mayor capacidad de mentoría, orientación y transmisión de valores hacia las nuevas generaciones. Es una etapa en la que la productividad se mide no solo por logros individuales, sino por la capacidad de dejar huella, inspirar y generar continuidad en los proyectos sociales, científicos y espirituales.

Así, entre los 50 y 70 años, el ser humano se encuentra en un momento de plenitud: con la energía suficiente para seguir creando y la sabiduría necesaria para guiar. Entenderlo de esta manera rompe con los prejuicios hacia la edad adulta y reafirma que es precisamente allí donde la sociedad encuentra algunos de sus más valiosos cimientos para avanzar con rumbo cierto.

El futuro se construye sobre la experiencia de quienes ya han recorrido gran parte del viaje.

Conclusión

La edad adulta, lejos de ser un tiempo de limitaciones, es una etapa de plenitud en la que la experiencia, la sabiduría y la capacidad de orientar cobran mayor relevancia. A lo largo de este recorrido hemos visto cómo las personas adultas aportan equilibrio a la familia, cohesión a la comunidad, respaldo a las instituciones y, sobre todo, una visión clara y serena para la construcción de sociedades más justas y sostenibles.

Reconocer su valor significa derribar estigmas y prejuicios, otorgándoles el lugar que merecen como consejeros, mediadores y referentes de principios que no deben perderse en un mundo en constante transformación. Si la juventud aporta energía y creatividad, la adultez madura aporta dirección y sensatez; ambas etapas, unidas, garantizan el avance con rumbo cierto.

Por ello, la sociedad tiene la responsabilidad de crear espacios de inclusión, participación y reconocimiento para quienes, con el peso de los años, cargan también con la fuerza de la experiencia. Al honrar y aprovechar el potencial de la edad adulta, no solo se dignifica a las personas, sino que se asegura un futuro más sólido para todos.

En definitiva, la experiencia de quienes han caminado antes que nosotros no es un recuerdo del pasado, sino el cimiento vivo del porvenir.

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