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Opinión

Estados Unidos también votará en la segunda vuelta

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Santiago Basabe. Politólogo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip)

En una segunda vuelta de alta intensidad como la que se avecina, todas las aristas de análisis cuentan antes de decidir. Una de ellas tiene que ver con el entorno internacional y la posición del Ecuador respecto a los países con los que mantiene mayor cercanía política y económica.

Ahí, pocas dudas quedan respecto al rol determinante de los Estados Unidos. Si a ese tipo de vínculo se lo llama sociedad estratégica, interacción con agenda compartida, dependencia, sumisión al imperialismo o lo que fuera, para fines prácticos el tipo de membrete importa menos. En lo de fondo, llevarse bien o mal con el gigante del norte influye y el tipo de gobierno que tenga el país va a ser determinante para ello.

Esta realidad, expresada en evidencia como aquella que señala que Estados Unidos es el espacio en el que se comercializa la mayor cantidad de nuestros productos, se observa también en la percepción que tienen nuestros ciudadanos sobre ese país. En la encuesta de Latinobarómetro del año 2023, el porcentaje de ecuatorianos que tenían una opinión “muy favorable” y “algo favorable” sobre Estados Unidos superaba el 80%. Cerca del 70% opinó en forma similar sobre la Unión Europea. Aunque esta percepción podría haber variado durante el 2024 y eventualmente en los dos primeros meses de este año, el dato ofrecido es el punto de referencia para algunas reflexiones.

La primera reflexión tiene que ver con la cooperación que el país requerirá en el corto plazo de cara al combate al crimen organizado y la delincuencia transnacional. Está claro que no estamos en condiciones de afrontar este problema por nosotros mismos por lo que, establecer espacios de articulación con el entono internacional es necesario, mejor, imprescindible.

Ahí el rol de Estados Unidos podría ser clave en términos de apoyo no solo económico sino también en el plano de la capacitación. Aunque esta posible articulación implicará, naturalmente, concesiones que se deban efectuar, la discusión no es esa sino respecto a qué país podría proponer condiciones más favorables para Ecuador que las que seguramente impondrá Estados Unidos. No se ve quién pueda cumplir ese rol. En el terreno de lo internacional, cada quien vela primero por sus intereses, dicen los entendidos.

Otra reflexión se relaciona con el financiamiento de la escuálida economía nacional. Hay que partir del hecho que los organismos multilaterales de crédito, una de las posibles fuentes para amainar nuestros problemas de ese orden, tienen la influencia directa o indirecta, expresa o tácita, del gobierno de Estados Unidos.

Dada esta realidad, el tipo de relación de nuestro próximo gobierno con la Casa Blanca será determinante para valorar el futuro del país en cuanto a desembolsos. Es cierto que los organismos multilaterales imponen condiciones para operar, no hay quien lo dude. Por ello, el debate debe orientarse más bien hacia la identificación de otros financistas que ofrezcan recursos inmediatos en mejores términos que los ofrecidos por los organismos multilaterales. Difícil hallar una respuesta que vaya más allá de las consignas ideológicas.

Acorde al escenario internacional vigente, el foco de análisis no está, por tanto, en cómo se posicionará Trump frente al Ecuador en el futuro inmediato sino en cómo nosotros nos acoplaremos a las nuevas políticas de Estados Unidos. El diagnóstico puede ser tachado de triste y duro, pero al mismo tiempo se lo puede calificar de realista.

Por estas y otras consideraciones, al momento de decidir por Noboa o González, es necesario valorar bajo qué términos se vinculará uno u otra con la Casa Blanca. Estados Unidos no es un país más en el concierto internacional, para nosotros es el país clave. ¿Cuán cercano es Noboa y González con el gobierno de Estados Unidos? ¿Cuáles son las alternativas a los Estados Unidos para establecer una agenda internacional? Ahí dos preguntas decisivas que tenemos que valorar al momento de tomar una decisión. Estados Unidos también votará en la segunda vuelta. Fuente: Primicias

Opinión

La democracia que olvidamos vivir

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Por: Ab. Franco Tamay

A veces me pregunto si en verdad vivimos en una democracia o si simplemente habitamos dentro de una ilusión bien diseñada. Nos enseñaron que la democracia es “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, pero esa frase, tan repetida como vacía, parece haberse convertido en un eslogan más que en una práctica real.
Para mí, la democracia no se resume en depositar un voto cada cierto tiempo ni en escuchar discursos cargados de promesas. Democracia es, ante todo, una forma de vida colectiva basada en el respeto, en la libertad de pensamiento, en la participación ciudadana genuina y, sobre todo, en la posibilidad de disentir sin miedo.
Vivimos tiempos en los que disentir se castiga, donde el pensamiento crítico es etiquetado como oposición o traición. Y entonces me pregunto: ¿de qué sirve hablar de democracia si no hay espacio para el debate honesto ni para la diversidad de ideas? Una sociedad verdaderamente democrática se construye en el diálogo, no en el dogma; en la escucha activa, no en el aplauso ciego.
La democracia, en su sentido más profundo, implica corresponsabilidad. No se trata solo de exigir derechos, sino también de asumir deberes. De nada sirve reclamar transparencia si, como ciudadanos, seguimos siendo indiferentes ante la corrupción o la injusticia.

He llegado a pensar que la democracia no es un destino, sino un camino que debe recorrerse todos los días. Se fortalece con instituciones sólidas, pero sobre todo con ciudadanos conscientes, informados y valientes.

Porque al final, la democracia no vive en los discursos ni en las urnas: vive en la calle, en el aula, en la familia, en la conciencia de cada persona que se atreve a pensar y actuar con libertad.
Y tal vez ahí está la respuesta: la democracia no es un sistema político, es una actitud ética frente a la vida.

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Noticias Zamora

Raíces y caminos del Ecuador Plurinacional

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Por Mario Paz. Mgstr

Introducción

Ecuador es un país de gran diversidad cultural, donde conviven múltiples pueblos, nacionalidades y tradiciones. Durante siglos, esta pluralidad fue invisibilizada por Estados monoculturales y políticas que privilegiaron la visión mestiza y occidental, relegando a los pueblos indígenas, afroecuatorianos y montubios a la pobreza y la discriminación.

La Constitución de 2008 representó un avance histórico al declarar al país como Estado intercultural y plurinacional, reconociendo lenguas, culturas y formas de organización propias. Sin embargo, la desigualdad histórica persiste, afectando especialmente a comunidades indígenas y afrodescendientes, mientras el racismo continúa presente en distintos ámbitos sociales.

A pesar de ello, los pueblos mantienen sus economías comunitarias y propuestas de desarrollo alternativas como el Buen Vivir (Sumak Kawsay), que promueve la armonía con la naturaleza y la vida colectiva. Este artículo analiza la interculturalidad en Ecuador desde cinco ejes: composición étnica, educación y pobreza, economías indígenas, desafíos estatales y el valor de la unidad en la diversidad, invitando a reflexionar sobre la necesidad de construir una sociedad justa, inclusiva y respetuosa de la diversidad.

La composición étnica y demográfica del país 

Cada 12 de octubre, Ecuador conmemora el Día de la Interculturalidad y la Plurinacionalidad. La fecha invita a reflexionar sobre la riqueza cultural del país y la importancia de la convivencia entre los distintos pueblos y nacionalidades.

Según el Censo de Población y Vivienda 2022, la mayoría de la población se auto identifica como mestiza (77,5 %). Le siguen los montubios (7,7 %), los indígenas (7,7 %), los afro ecuatorianos (4,8 %) y los blancos (2,2 %), con un porcentaje residual de otras etnias. El número total de habitantes en Ecuador ya supera los 18 millones.

Ecuador reconoce oficialmente 18 pueblos y 14 nacionalidades indígenas, cada uno con su propia lengua y cultura, según lo establece la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) y el Estado ecuatoriano. Estas nacionalidades están distribuidas principalmente en la Sierra y la Amazonía, y representan un patrimonio cultural y lingüístico diverso. 

La lista de las 14 nacionalidades indígenas es la siguiente: Awa, Achuar, Andoa, Chachi, Cofán, Épera, Kichwa, Sápara, Secoya, Shiwiar, Shuar, Siona, Tsachila y Waorani. Cada una tiene su propia lengua y cultura, y están distribuidas en las distintas regiones del país, principalmente en la Amazonía y la Sierra.

Awa: Se encuentran en las provincias de Carchi, Esmeraldas e Imbabura. Achuar: Habitan en las provincias de Pastaza y Morona Santiago. Andoa: Se concentran en la provincia de Pastaza. Chachi: Residen en la provincia de Esmeraldas. Cofán: Viven principalmente en la provincia de Sucumbíos. Épera: Su territorio está en la provincia de Esmeraldas. Kichwa: Esta nacionalidad tiene una presencia extendida tanto en la Sierra (Imbabura, Pichincha, Cotopaxi, etc.) como en la Amazonía (Sucumbíos, Napo, Pastaza). Sápara: Se encuentran en la provincia de Pastaza. Secoya: Habitan en la provincia de Sucumbíos. Shiwiar: Tienen asentamientos en la provincia de Pastaza. Shuar: Son una nacionalidad con presencia en varias provincias de la Amazonía y la Costa, incluyendo Morona Santiago, Pastaza, Napo y Esmeraldas, entre otras. Siona: Viven en la provincia de Sucumbíos. Tsachila: Se localizan en la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas. Waorani: Habitan en las provincias de Orellana, Pastaza y Napo.

Dentro del pueblo indígena, la nacionalidad Kichwa representa la mayoría relativa (85,87 % de quienes se auto identifican como indígenas) con alrededor de 800 mil personas.

A nivel de pueblos, Ecuador identifica 18 grupos específicos, algunos de los cuales son subgrupos de las nacionalidades más amplias. Entre ellos se encuentran:

Kichwa Caranqui (Imbabura), Kichwa Natabuela (Imbabura), Kichwa Otavalo (Imbabura), Kichwa Kayambi (Pichincha), Kichwa Panzaleo (Cotopaxi), Chachi (Esmeraldas), Tsáchila (Santo Domingo de los Tsáchilas), Kichwa Amazónicos (Napo, Pastaza, Orellana y Sucumbíos), Shuar (Morona Santiago y Zamora), Achuar (Pastaza y Morona Santiago), Shiwiar (Pastaza), Zápara (Pastaza), Andoa (Pastaza), Waorani (Orellana, Pastaza y Napo), Siona (Sucumbíos), Secoya (Sucumbíos), Cofán (Sucumbíos), Tagaeri–Taromenane, pueblos en aislamiento voluntario (Yasuní).

Esta diversidad étnica y territorial no solo refleja la riqueza cultural de Ecuador, sino que también subraya la importancia de reconocer los derechos colectivos y la autonomía de los distintos pueblos y nacionalidades dentro del marco de un Estado plurinacional e intercultural.

La relación entre etnicidad, educación y pobreza 

En Ecuador, la pobreza tiene un marcado rostro étnico. Según el INEC (2021), los pueblos indígenas son los más afectados: 78,6 % vive en pobreza multidimensional, 54,26 % en pobreza por ingresos y 31,87 % en pobreza extrema. Les siguen los pueblos montubios y afroecuatorianos, quienes también enfrentan desigualdades históricas derivadas de discriminación y exclusión social. Esta situación se refleja especialmente en la niñez, donde siete de cada diez niños indígenas viven en condiciones de pobreza, limitando su acceso a educación, salud y vivienda digna.

Estas desigualdades no son circunstanciales, sino resultado de procesos históricos como la colonización interna, la concentración de la tierra y políticas estatales monoculturales. A pesar de que la Constitución de 2008 reconoce a Ecuador como Estado plurinacional e intercultural, persisten jerarquías raciales que mantienen a estos pueblos en condiciones de marginalidad.

La educación, en lugar de superar la pobreza, muchas veces reproduce estas desigualdades. Las comunidades rurales e indígenas enfrentan múltiples barreras: infraestructura precaria, largos desplazamientos a las escuelas, discriminación cultural y lingüística, deserción temprana y limitadas oportunidades en educación superior. La Educación Intercultural Bilingüe (EIB), reconocida constitucionalmente, ha tenido implementación limitada por falta de presupuesto, docentes capacitados y políticas estables.

En síntesis, la relación entre etnicidad, educación y pobreza en Ecuador es estructural. Superarla requiere un modelo educativo que reconozca la diversidad cultural y lingüística, garantice condiciones materiales de aprendizaje y promueva la justicia social y la igualdad de oportunidades.

 

Economías de los pueblos y nacionalidades indígenas

Las economías indígenas en Ecuador se basan en principios comunitarios, de reciprocidad y respeto a la naturaleza, priorizando el bien vivir (sumak kawsay) por encima de la acumulación de capital. Sus actividades incluyen:

  • Agricultura comunitaria y cultivos tradicionales: Cultivos andinos como maíz, papa y quinua, y amazónicos como yuca y plátano, organizados mediante prácticas colectivas como minka y ayni.
  • Agroforestería y chacras biodiversas: Sistemas mixtos que combinan cultivos alimentarios, árboles frutales y plantas medicinales, preservando biodiversidad y soberanía alimentaria.
  • Recolección, pesca y cacería sostenible: Aprovechamiento responsable de frutos amazónicos, pesca artesanal y caza regulada.
  • Artesanías y producción cultural: Tejidos, cerámica y orfebrería que combinan economía y cosmovisión, reforzando identidad y resistencia cultural.
  • Turismo comunitario y emprendimientos agrocomunitarios: Proyectos locales que integran conservación, cultura y comercio justo, incluyendo cacao, café, quinua y aceites amazónicos.

A pesar de su potencial, estas economías enfrentan limitaciones estructurales: falta de acceso a crédito y mercados justos, infraestructura insuficiente, intermediación abusiva y presiones extractivistas. Según Acosta (2012), sin políticas públicas que fortalezcan estas iniciativas, Ecuador continuará reproduciendo un modelo extractivista que contradice la plurinacionalidad y la justicia social.

Los desafíos estatales para cerrar las brechas de desigualdad

Para combatir las brechas socioeconómicas y cumplir con el ideal de un Estado plurinacional e intercultural, el Estado ecuatoriano podría implementar las siguientes políticas:

  1. Políticas diferenciadas con enfoque intercultural: Diseñar programas públicos que reconozcan las particularidades de cada pueblo (idioma, costumbres, economía local).
  2. Educación intercultural bilingüe fortalecida: Garantizar acceso a educación de calidad en las lenguas propias, docentes formados interculturalmente y materiales didácticos pertinentes.
  3. Inversión en infraestructura básica: Salud, agua potable, transporte rural, electricidad en comunidades indígenas y afro.
  4. Acceso al crédito, capacitación y asistencia técnica: Proyectos productivos con soporte técnico, acceso a microcréditos con condiciones favorables y comercialización justa.
  5. Reconocimiento territorial y derechos colectivos: Entregar garantías legales efectivas para tierras ancestrales, recursos naturales, consulta previa, consentimientos informados.
  6. Programas sociales focalizados y con participación comunitaria: Transferencias condicionadas, subsidios, bonos, pero para la producción (no para el consumo) de los pueblos beneficiarios.
  7. Promoción del emprendimiento cultural y comercialización con identidad étnica: Incentivar cadenas de valor de productos indígenas, turismo cultural, productos locales con marca étnica.
  8. Fomento del liderazgo indígena en espacios de decisión: Garantizar la representación política y decisión propia en políticas que los afectan.
  9. Monitoreo con desagregación étnica: Generar estadísticas desglosadas para medir avances por pueblo y nacionalidad.
  10. Campañas de sensibilización y educación intercultural: Combatir estereotipos, racismo y fomentar el respeto mutuo desde temprana edad.

El valor de la unidad en la diversidad para construir un país justo e incluyente

Ecuador es un territorio profundamente diverso, no solo en su geografía y biodiversidad, sino sobre todo en su riqueza cultural y étnica. En su interior conviven pueblos y nacionalidades con historias, lenguas, tradiciones, cosmovisiones y expresiones propias. Esta pluralidad no es una debilidad, como en ciertos momentos de la historia se intentó hacer ver, sino una fortaleza que enriquece la identidad nacional y proyecta al país hacia un modelo más humano e inclusivo.

El reconocimiento constitucional de Ecuador como un Estado intercultural y plurinacional no fue un simple cambio de terminología, sino un compromiso ético, político y social con la construcción de una nación donde la diversidad sea visibilizada, respetada y celebrada. Sin embargo, este ideal aún enfrenta desafíos: el racismo estructural, la exclusión histórica de pueblos indígenas y afroecuatorianos, y las desigualdades sociales siguen limitando el ejercicio pleno de derechos.

Hoy más que nunca, el país necesita liderazgos inclusivos que fortalezcan la cohesión social sin anular las diferencias. La verdadera unidad no significa uniformidad, sino la capacidad de convivir en armonía reconociendo la dignidad de todas las identidades. En una sociedad diversa, el respeto a la forma de pensar, sentir y vivir del otro es fundamental para una convivencia pacífica. Lo que uno interpreta como “seis”, puede parecer “nueve” para otra persona; por eso el diálogo y la empatía son esenciales para construir acuerdos comunes.

La discriminación étnica o racial carece de sustento moral y humano. La historia, la filosofía y hasta la fe nos recuerdan el valor de la diversidad. Como ejemplo simbólico, uno de los tres Reyes Magos en la tradición cristiana era de raza negra, lo que reafirma que todas las culturas tienen el mismo valor ante Dios y ante la humanidad.

La interculturalidad no es una amenaza, sino un puente que fortalece la justicia social, la igualdad y la democracia. Las personas valen por lo que construyen con su mente y su corazón, no por el color de su piel, su apellido o el dinero que tienen en el bolsillo. Ecuador debe avanzar hacia un modelo social donde ser diferente no sea motivo de exclusión, sino una oportunidad para aprender, crecer y convivir.

En definitiva, la unidad en la diversidad no es solo un ideal constitucional: es una necesidad urgente para consolidar un Ecuador más justo, equitativo y solidario. Reconocer nuestra diversidad no nos divide; nos humaniza y nos fortalece como nación.

 

Conclusión

 

La interculturalidad y la plurinacionalidad en Ecuador representan una apuesta histórica por un país más justo, democrático y humano. La diversidad étnica no es solo un dato demográfico, sino un patrimonio cultural que se expresa en lenguas, saberes ancestrales y formas de organización comunitaria, pese a siglos de colonización y exclusión.

La desigualdad en Ecuador tiene un rostro étnico: muchos pueblos indígenas y afroecuatorianos viven en pobreza, con acceso limitado a educación, salud y oportunidades productivas, resultado de estructuras sociales y políticas históricas. Las economías indígenas basadas en la reciprocidad y el respeto a la naturaleza muestran que es posible un desarrollo sostenible y solidario, centrado en la vida y no en la acumulación de capital.

Cerrar estas brechas requiere un Estado que actúe con justicia histórica, garantice derechos territoriales, fortalezca la educación intercultural bilingüe, erradique el racismo institucional y promueva la participación efectiva de todos los pueblos. La unidad en la diversidad no significa uniformidad, sino convivir respetando las diferencias y construyendo un proyecto común basado en inclusión, equidad y justicia. La interculturalidad es un camino en construcción, que exige pasar del discurso a la acción para que la diversidad inspire y enriquezca a toda la nación.

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Noticias Zamora

Protestar también es un derecho

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Hablemos sin rodeos; cuando la gente sale a las calles en Ecuador, no siempre está desafiando al Estado, muchas veces está ejerciendo derechos que la misma Constitución reconoce. Sí, derechos. Porque manifestarse, expresarse, reunirse o resistir no son delitos: son libertades que forman parte de nuestra democracia.

La Constitución de la República del Ecuador es clara. En su artículo 66, numeral 13, se reconoce “el derecho a asociarse, reunirse y manifestarse en forma libre y voluntaria”. Es decir, salir a protestar no es un acto de rebeldía sin sentido, sino una forma legítima de participación ciudadana.

Además, el artículo 98 refuerza esta idea al establecer que las personas y los colectivos pueden ejercer el derecho a la resistencia frente a “acciones u omisiones del poder público o de las personas naturales o jurídicas que vulneren o puedan vulnerar sus derechos constitucionales”. En otras palabras, cuando el Estado falla, cuando una institución abusa o cuando el silencio oficial se vuelve insoportable, la protesta se convierte en una herramienta constitucional para exigir corrección.

Incluso el artículo 46 garantiza la libertad de expresión y asociación, así como el funcionamiento libre de los consejos estudiantiles y demás formas organizativas. Lo que se dice en la calle, en pancartas o consignas, es también una forma de expresión pública, tan válida como un artículo de opinión o una publicación en redes sociales.

Claro, ningún derecho es absoluto. La misma Constitución prevé límites razonables, como los estados de excepción, que deben ser justificados, temporales y sujetos a control. Pero una cosa es regular, y otra muy distinta es reprimir.

Por eso, cuando veo a la fuerza pública ingresar con gases a las casas, detener personas que solo reclamaban o responder con violencia a la inconformidad social, me pregunto si esas acciones realmente respetan los principios de proporcionalidad, legalidad y necesidad que exige el propio orden constitucional.

Manifestar no es vandalismo, ni desorden. Es ejercer ciudadanía. Y cuando el Estado castiga sin explicar, cuando silencia sin escuchar, contradice los mismos artículos que dice proteger. Porque en el fondo, protestar también es una forma de amar al país: de quererlo mejor, más justo, más digno.

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