Opinión
Juramento a la Bandera en Ecuador: Un Compromiso con la Patria y el Futuro

Introducción
El juramento a la bandera en Ecuador trasciende al simple acto ceremonial que cada septiembre reúne a los estudiantes. Se trata de un momento solemne en el que la juventud asume públicamente un compromiso con su patria, con la historia que la sostiene y con el futuro que está por construir. Este gesto de respeto hacia el símbolo nacional no solo honra a quienes lucharon por la independencia y la soberanía, sino que también marca el inicio de una etapa de responsabilidad cívica y ciudadana. Al prometer lealtad a los colores amarillo, azul y rojo, los jóvenes reafirman su identidad, su pertenencia a una nación diversa y su voluntad de trabajar por un Ecuador justo, solidario e innovador.
¿Qué significa jurar la bandera?
Jurar la bandera es un acto simbólico de lealtad y respeto hacia la nación. No se trata únicamente de una promesa formal, sino de un pacto ético y moral con el Ecuador. Al pronunciar el juramento, los estudiantes expresan su compromiso de defender la libertad, la soberanía y los principios democráticos del país. Este acto representa también la gratitud hacia quienes ofrendaron su vida por la independencia y la unidad nacional, así como el deber de continuar construyendo una sociedad más justa y solidaria. Jurar la bandera no es un acto de un solo día, es un compromiso que debe vivirse todos los días con honor y responsabilidad. Cada estudiante que jura la bandera se convierte en portador de la esperanza de un Ecuador más justo, innovador y solidario.
Orígenes y Evolución de la bandera ecuatoriana
La primera bandera ecuatoriana flameó el 10 de agosto de 1809 en Quito, era una bandera totalmente roja con un asta blanca. En 1822 se adoptó por primera vez el tricolor amarillo, azul y rojo con un escudo en el centro, después de la Batalla de Pichincha y la anexión del territorio a la Gran Colombia. En 1830, luego de la disolución de la Gran Colombia, el Escudo Nacional cambió para reflejar el nuevo estado independiente. En 1845-1860, se utilizó un diseño diferente durante la Revolución Marcista, con una franja azul central y estrellas blancas que representaban las provincias. En 1900, el Congreso ecuatoriano determinó que la Bandera Nacional sería el tricolor oficial, igual al que se adoptó en su independencia, restaurando el diseño original. El 7 de noviembre de 1900, el general Eloy Alfaro firmó el decreto que reglamentó el uso de la bandera tricolor.
A partir del 26 de septiembre de 1955, se conmemora el Día de la Bandera Nacional, cuando los estudiantes realizan el juramento a la bandera.
El Congreso Nacional decretó el 26 de septiembre como el Día de la Bandera Nacional del Ecuador en 1955. Este decreto hizo que la conmemoración fuera obligatoria cada año, en la que los estudiantes realizan el juramento a la bandera.
El 26 de septiembre de 1860, el Dr. Gabriel García Moreno decretó que la bandera adoptara los colores: amarillo, azul y rojo, que son los que conocemos hoy en día.
En noviembre de 2009, la Secretaría Nacional de Comunicación de Ecuador emitió un reglamento en el que se describen las aplicaciones y proporciones de la bandera nacional, el escudo y otros símbolos nacionales.
La bandera nacional tiene una longitud de 2,20 metros y una anchura de 1,47 m, una proporción de 0.5 a 20. El campo está dividido en tres bandas horizontales de color, una banda amarilla de la mitad de la anchura de la bandera, una banda azul de un cuarto de la anchura y una banda roja de un cuarto de la anchura. Las tres bandas se extienden a lo largo de la bandera. La bandera lleva el escudo ecuatoriano a escala de la mitad del ancho de la bandera y centrado en el campo.
La bandera del Ecuador no solo ondea en los mástiles; late en el corazón de cada ciudadano que decide servir a su patria con lealtad y valentía.
Los compromisos que asumen los estudiantes
Cuando la juventud ecuatoriana jura la bandera, asume responsabilidades tanto con la patria como consigo mismo:
- Con la patria, se compromete a respetar la Constitución y las leyes de la república, a cuidar los recursos naturales, a valorar la diversidad cultural y a trabajar por la paz y el progreso colectivo.
- Consigo mismo, promete cultivar la honestidad, la disciplina, el esfuerzo y la superación personal como pilares para alcanzar sus metas.
- Con la sociedad, reafirma su deber de convertirse en un ciudadano responsable, consciente de los retos nacionales y dispuestos a contribuir al bienestar común.
Este acto, entonces, no es una obligación impuesta, sino una decisión que marca el inicio de una vida adulta consciente y comprometida.
Significado de los colores de la bandera nacional
Su diseño se inspira en los colores ideados por el general venezolano Francisco de Miranda, precursor de la independencia americana y se ha mantenido como símbolo nacional de identidad y unidad.
Los colores de la bandera tienen un profundo significado:
- Amarillo: representa la riqueza del suelo ecuatoriano, su oro, su agricultura y la generosidad de su gente.
- Azul: simboliza el cielo que cubre la patria y el océano Pacífico que baña sus costas.
- Rojo: recuerda la sangre derramada por los héroes que lucharon por la libertad y la independencia.
Al centro, el escudo de armas resalta la diversidad natural y cultural del Ecuador, reafirmando que la patria es fruto de la lucha y el esfuerzo colectivo. El amarillo, el azul y el rojo no son solo colores, son la memoria de nuestra historia y el reflejo de nuestro destino común.
El rol de las familias y las instituciones educativas
La formación de bachilleres justos, innovadores y solidarios no depende solo de los jóvenes; es una tarea compartida entre familias e instituciones educativas:
- Los padres de familia tienen el reto de acompañar con el ejemplo, inculcando valores de respeto, honestidad y compromiso social en sus hijos. El hogar debe ser el primer espacio de formación ciudadana, donde los principios se transmitan con acciones más que con palabras.
- Las instituciones educativas deben orientar a los estudiantes hacia el pensamiento crítico, la creatividad y la responsabilidad social, preparando a los futuros bachilleres para que contribuyan activamente al desarrollo del país.
De esta manera, la ceremonia de juramento se convierte en un puente entre la tradición patriótica y la visión de un Ecuador moderno que necesita jóvenes líderes, capaces de enfrentar los desafíos globales sin perder sus raíces.
Formar bachilleres íntegros es tarea compartida: la escuela educa, la familia guía y la patria espera.
Perfil del Bachiller Ecuatoriano: Justos, Innovadores y Solidarios
El perfil del bachiller ecuatoriano expresa la esencia de lo que el sistema educativo busca formar en cada estudiante que culmina su bachillerato. No se trata únicamente de conocimientos adquiridos, sino de la construcción integral de ciudadanos comprometidos con su patria y con el mundo. En este marco, el bachiller ecuatoriano se proyecta como justo, innovador y solidario.
Justicia
El bachiller ecuatoriano reconoce las necesidades y potencialidades de su país y se involucra activamente en la construcción de una sociedad democrática, equitativa e inclusiva (J1). Procede con respeto y responsabilidad hacia sí mismo, hacia los demás, hacia la naturaleza y hacia el mundo de las ideas; asume sus obligaciones y, al mismo tiempo, defiende sus derechos (J2). Además, reflexiona sobre sus fortalezas y limitaciones para diseñar un plan de vida que le permita crecer como ser humano íntegro y consciente de su papel en la sociedad (J3).
Innovación
El bachiller no solo reproduce conocimientos, sino que crea y transforma. Se caracteriza por su iniciativa, pasión y visión de futuro, asumiendo liderazgos auténticos y responsables (I1). Su curiosidad intelectual lo impulsa a investigar la realidad nacional y mundial, reflexionar críticamente y aplicar saberes interdisciplinarios para resolver problemas de manera colaborativa (I2). Domina diversos lenguajes —oral, escrito, numérico, digital, artístico y corporal—, utilizándolos con responsabilidad en la comunicación de sus ideas (I3). A ello suma la capacidad de organizarse y actuar con autonomía, aplicando el razonamiento lógico y crítico, practicando la humildad intelectual y manteniendo un aprendizaje permanente (I4).
Solidaridad
El bachiller ecuatoriano asume su responsabilidad social y se relaciona con empatía, comprensión y tolerancia en contextos diversos (S1). Construye su identidad nacional reconociendo y valorando la riqueza multicultural y pluriétnica del Ecuador, respetando las identidades de otros pueblos y naciones (S2). Busca la armonía entre lo físico y lo intelectual, aplicando su inteligencia emocional para ser positivo, flexible y autocrítico (S3). Finalmente, se integra al trabajo en equipo, respetando las ideas y aportes de los demás, y comprendiendo la realidad que lo rodea con una actitud de cooperación (S4).
En suma, el perfil del bachiller ecuatoriano sintetiza una visión de futuro en la que cada joven no solo representa el fruto de una formación académica, sino también el compromiso con la justicia, la innovación y la solidaridad. Ellos son la base de una ciudadanía activa, crítica y constructiva, llamada a honrar la Patria con hechos que respondan a los desafíos del presente y del porvenir.
Conclusión
El juramento a la bandera en Ecuador es mucho más que una ceremonia escolar: es un símbolo vivo de unidad, identidad y compromiso. A través de este acto, los jóvenes reconocen el valor de la historia que los antecede y asumen la responsabilidad de ser protagonistas en la construcción de un país más justo, solidario e innovador. La bandera, con sus colores que evocan riqueza, esperanza y sacrificio, se convierte en un recordatorio constante de que el futuro del Ecuador está en manos de ciudadanos conscientes, críticos y comprometidos.
En cada juramento se renueva la promesa de honrar a la patria no solo con palabras, sino con hechos que fortalezcan la democracia, cuiden la diversidad y promuevan el bienestar colectivo. Así, la juventud ecuatoriana se proyecta como la generación capaz de transformar los desafíos en oportunidades, llevando siempre en alto los valores que hacen grande a la nación.
El verdadero juramento no está en las palabras, sino en las acciones con las que cada joven construye el país que sueña.
Opinión
Edad adulta: sabiduría que guía

Introducción
La edad adulta constituye una de las etapas más decisivas en la vida del ser humano y en el destino de la sociedad. A menudo se asocia con retos y limitaciones, pero en realidad encierra una riqueza invaluable: la experiencia, la estabilidad emocional y la sabiduría que solo los años permiten forjar. Lejos de ser un periodo de declive, la adultez madura representa un tiempo de plenitud, en el que la persona puede aportar con mayor sensatez, profundidad y compromiso a la construcción del bien común.
En un mundo donde predomina la velocidad de los cambios y la exaltación de la juventud, reconocer el papel de los adultos en la familia, la comunidad y las instituciones es fundamental para avanzar con rumbo cierto. Su rol como orientadores, consejeros y transmisores de valores constituye un soporte que sostiene la cohesión social y asegura la continuidad de la memoria colectiva.
Este artículo busca destacar las fortalezas, los desafíos y el impacto de la edad adulta, mostrando cómo su aporte resulta indispensable para el equilibrio, la productividad y la proyección de una sociedad más justa, sabia y sostenible.
Celebrar la edad adulta: dignidad y reconocimiento en el camino de la vida
Cada 1 de octubre, el mundo conmemora el Día Internacional de las Personas de Edad, instaurado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1990. Esta fecha no solo busca rendir homenaje a quienes han transitado la mayor parte de su recorrido vital, sino también visibilizar los retos y oportunidades que implica envejecer en sociedades cada vez más longevas.
La edad adulta trae consigo transformaciones físicas, psicológicas y emocionales inevitables: el cuerpo pierde algunas capacidades, los ritmos de vida cambian y el entorno social se reconfigura. Sin embargo, estos cambios no deben ser vistos como una pérdida, sino como una transición que merece ser afrontada con dignidad, apoyo y respeto. Reconocer la riqueza de la experiencia acumulada es clave para que las personas adultas se mantengan activas, participativas y con un sentido renovado de propósito.
Celebrar esta etapa significa también derribar prejuicios que reducen a la vejez a un tiempo de inactividad o dependencia. Por el contrario, es el momento de consolidar la sabiduría adquirida, fortalecer vínculos intergeneracionales y aportar una visión más serena y profunda a los desafíos sociales.
Así, la conmemoración internacional se convierte en un recordatorio colectivo: honrar a las personas adultas no solo es un acto de justicia y gratitud, sino una apuesta por una sociedad que se enriquece al integrar la diversidad de edades en su proyecto de futuro.
En la voz de la edad adulta resuena la brújula que orienta el rumbo de la humanidad.
¿Cuál es el rol fundamental de las personas adultas en la sociedad?
Las personas en edad adulta, especialmente en su etapa madura, representan un pilar esencial para la estabilidad y el progreso de la sociedad. Su aporte trasciende la simple acumulación de años: se trata de la integración entre conocimiento adquirido, experiencia de vida y capacidad de orientar con sabiduría los procesos colectivos.
Dentro del núcleo familiar, los adultos actúan como consejeros naturales. No solo transmiten conocimientos prácticos, sino que enseñan con el ejemplo valores como la paciencia, la responsabilidad y la solidaridad. Su presencia fortalece la identidad familiar, ya que sirven como puente entre generaciones y guardianes de la memoria histórica que da continuidad a la vida comunitaria.
En el ámbito comunitario y social, su rol se proyecta en la capacidad de mediar en conflictos, orientar a los jóvenes en la toma de decisiones y aportar una visión más amplia y prudente ante los desafíos colectivos. Las sociedades que saben integrar a los adultos en procesos de participación ciudadana suelen contar con mayor cohesión y estabilidad, porque la experiencia permite prever riesgos y diseñar soluciones con mayor sensatez.
A nivel institucional y laboral, los adultos, incluso tras la jubilación, conservan la capacidad de aportar como asesores, mentores o formadores. Los programas de acompañamiento intergeneracional, cada vez más valorados en diferentes países, muestran cómo la experiencia acumulada puede convertirse en un motor para la innovación, el emprendimiento y la transmisión de buenas prácticas en diversos campos.
En definitiva, el rol fundamental de las personas adultas radica en su función de orientadores sociales. Lejos de ser un grupo pasivo, son agentes activos de equilibrio y sabiduría. Reconocer y potenciar esta función no solo dignifica a quienes transitan esta etapa de la vida, sino que garantiza que la sociedad avance con bases sólidas, sustentada en la experiencia, la reflexión y la resiliencia que caracterizan a la edad adulta.
Cada año vivido no es un peso, sino un peldaño hacia la sabiduría que guía a la sociedad
Fortalezas y debilidades de la edad adulta
La edad adulta representa una etapa en la que confluyen grandes virtudes y también retos que deben ser reconocidos y atendidos con sensibilidad. No se trata de ver esta fase solo desde las carencias o los logros, sino de comprenderla como un periodo con un potencial invaluable para la sociedad.
Entre las fortalezas más significativas se encuentra la experiencia acumulada, fruto de los años vividos, que permite ofrecer consejos y tomar decisiones con mayor madurez. La edad adulta también suele otorgar una visión de largo plazo, evitando la inmediatez que caracteriza a otras etapas de la vida. A esto se suma una mayor estabilidad emocional, que favorece la resolución de conflictos, y un sentido de pertenencia hacia la familia, la comunidad y la sociedad en general, lo cual impulsa la transmisión de valores como la solidaridad, la responsabilidad y la resiliencia.
Sin embargo, también se deben considerar las debilidades propias de esta etapa. Entre ellas se encuentran la dificultad para adaptarse a los avances tecnológicos, lo que puede generar sensación de exclusión en un mundo digitalizado. Asimismo, pueden aparecer limitaciones físicas y de salud, que reducen la autonomía en algunos casos, y una cierta resistencia al cambio, producto de los hábitos consolidados a lo largo de la vida. Estas circunstancias, si no son abordadas de manera adecuada, pueden llevar a situaciones de aislamiento o subvaloración del rol de las personas adultas.
No obstante, estas debilidades no deben verse como obstáculos insuperables, sino como oportunidades para la sociedad. Con programas de inclusión tecnológica, educación continua, atención integral a la salud y la creación de espacios de participación activa, es posible potenciar las fortalezas y disminuir las limitaciones. De esta manera, se asegura que la edad adulta siga siendo un motor de progreso social y un pilar de orientación ética y cultural.
En síntesis, la edad adulta es una etapa de equilibrio entre la riqueza de la experiencia y los desafíos propios del envejecimiento. La clave está en reconocer sus aportes, atender sus necesidades y generar condiciones para que sus fortalezas prevalezcan sobre sus debilidades, en beneficio de toda la sociedad.
Experiencias internacionales en la inclusión de personas adultas
En diversas partes del mundo se ha reconocido que los adultos, especialmente los mayores, constituyen una reserva invaluable de conocimiento, memoria histórica y orientación ética. Su papel va más allá de lo familiar o lo comunitario: son actores estratégicos en la construcción de sociedades más equilibradas y sostenibles.
En Japón, por ejemplo, los consejos comunitarios y las asambleas barriales suelen integrar la voz de los ancianos, no solo como una muestra de respeto, sino como un recurso práctico para anticipar problemas y planificar proyectos con una visión de largo plazo. Allí se entiende que la experiencia vivida permite prever consecuencias que los jóvenes, en ocasiones, aún no pueden dimensionar.
En Europa, países como Alemania y Suecia han institucionalizado programas de mentoría donde profesionales retirados asesoran a jóvenes emprendedores, artesanos o investigadores. De esta manera, la sociedad no desperdicia el capital humano acumulado durante décadas de ejercicio profesional, y al mismo tiempo fortalece el tejido económico, generando vínculos intergeneracionales que favorecen la cohesión social.
En América Latina, aunque aún queda un camino largo por recorrer en materia de inclusión sistemática, existen experiencias valiosas. En comunidades indígenas de México, Perú o Bolivia, los adultos mayores mantienen un rol central como guardianes de la memoria colectiva, transmisores de valores y consejeros en la toma de decisiones comunitarias. Su palabra es considerada una fuente de legitimidad y un puente entre la tradición y el presente.
Incluso en espacios urbanos latinoamericanos empiezan a surgir iniciativas donde los adultos mayores participan en proyectos culturales, ambientales y educativos. Desde clubes de lectura intergeneracionales hasta huertos comunitarios liderados por mayores, se está visibilizando su capacidad de liderazgo y su aporte al bien común.
La valoración de la voz adulta no es una práctica novedosa. En la antigüedad, el “consejo de ancianos” era considerado el organismo más elevado de asesoría para los gobernantes. Este espacio garantizaba que la experiencia y la sabiduría acumuladas se tradujeran en decisiones políticas más prudentes y menos expuestas a errores innecesarios. Aunque los tiempos han cambiado, el principio permanece vigente: ninguna sociedad que aspire a avanzar con rumbo cierto puede prescindir de la orientación de quienes ya han recorrido gran parte del camino.
Honrar la edad adulta es asegurar un futuro con raíces firmes y horizontes claros
La edad adulta como etapa cumbre de productividad y trascendencia
Lejos de ser una fase de declive, la edad adulta madura (particularmente entre los 50 y 70 años) se ha consolidado como una de las etapas más productivas y trascendentes de la vida humana. Un estudio de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos evidenció que, en este rango de edad, las personas alcanzan su punto más alto de aporte social gracias a la conjunción de tres factores: experiencia acumulada, conocimiento especializado y sabiduría práctica.
Los ejemplos lo confirman: la edad promedio de los ganadores del Premio Nobel es de 62 años, lo cual refleja que los descubrimientos y aportes científicos más significativos suelen concretarse tras décadas de esfuerzo y dedicación. De igual manera, la edad promedio de los presidentes de las compañías más influyentes del mundo ronda los 63 años, lo que demuestra que la madurez brinda la capacidad de liderar con visión estratégica y prudencia en entornos complejos. Incluso en el ámbito espiritual y comunitario, la edad promedio de los líderes de las 100 iglesias más grandes del mundo es de 70 años, destacando la confianza que la sociedad deposita en la experiencia para guiar lo colectivo.
Más allá de las cifras, este hallazgo resalta una verdad profunda: la edad adulta no solo es productiva en términos materiales, sino también en lo humano. En este periodo, las personas suelen desplegar su mayor capacidad de mentoría, orientación y transmisión de valores hacia las nuevas generaciones. Es una etapa en la que la productividad se mide no solo por logros individuales, sino por la capacidad de dejar huella, inspirar y generar continuidad en los proyectos sociales, científicos y espirituales.
Así, entre los 50 y 70 años, el ser humano se encuentra en un momento de plenitud: con la energía suficiente para seguir creando y la sabiduría necesaria para guiar. Entenderlo de esta manera rompe con los prejuicios hacia la edad adulta y reafirma que es precisamente allí donde la sociedad encuentra algunos de sus más valiosos cimientos para avanzar con rumbo cierto.
El futuro se construye sobre la experiencia de quienes ya han recorrido gran parte del viaje.
Conclusión
La edad adulta, lejos de ser un tiempo de limitaciones, es una etapa de plenitud en la que la experiencia, la sabiduría y la capacidad de orientar cobran mayor relevancia. A lo largo de este recorrido hemos visto cómo las personas adultas aportan equilibrio a la familia, cohesión a la comunidad, respaldo a las instituciones y, sobre todo, una visión clara y serena para la construcción de sociedades más justas y sostenibles.
Reconocer su valor significa derribar estigmas y prejuicios, otorgándoles el lugar que merecen como consejeros, mediadores y referentes de principios que no deben perderse en un mundo en constante transformación. Si la juventud aporta energía y creatividad, la adultez madura aporta dirección y sensatez; ambas etapas, unidas, garantizan el avance con rumbo cierto.
Por ello, la sociedad tiene la responsabilidad de crear espacios de inclusión, participación y reconocimiento para quienes, con el peso de los años, cargan también con la fuerza de la experiencia. Al honrar y aprovechar el potencial de la edad adulta, no solo se dignifica a las personas, sino que se asegura un futuro más sólido para todos.
En definitiva, la experiencia de quienes han caminado antes que nosotros no es un recuerdo del pasado, sino el cimiento vivo del porvenir.
Opinión
El carácter mefistofélico del gobierno

Por: Alonzo Cueva Rojas
En Ecuador, se promueve una estrategia destinada a desacreditar la lucha social al vincularla con el crimen organizado, con cuya narrativa y la aplicación de un conjunto de medidas impositivas y represivas, el régimen acelera la privatización de sectores estratégicos, mientras se menoscaban derechos esenciales de las comunidades.
El pueblo, sin embargo, sigue firme en defender su legítimo derecho a vivir con dignidad, sin estar subordinado a los intereses de las multinacionales; y aunque, el discurso oficial habla de combatir las bandas criminales, en la práctica el Estado muestra una actuación limitada frente al problema.
Sería un ejemplo muy ilustrativo preguntar en Durán si alguna vez sus habitantes han visto un convoy militar compuesto por cien vehículos tácticos y blindados ingresar a su jurisdicción para hacer frente a la violencia que ha convertido esa ciudad en el epicentro del crimen en Ecuador. En este panorama, se percibe el carácter mefistofélico del gobierno cuando emplea todo el potencial militar y policial para reprimir a los sectores sociales que combaten su política antipopular y autoritaria.
Opinión
Noboa, entre la deriva autoritaria y la Constituyente

Gonzalo Ortiz | Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
Con inusitada velocidad, el presidente Noboa recibió la noche del martes el dictamen de la Corte Constitucional (CC) y antes de que amaneciera el miércoles, pasadas las 4 de la madrugada, emitió el decreto ejecutivo 155 en que, agachando la cabeza, eliminó 13 considerandos del decreto anterior (el 153), que fueron observados por la CC por inducir al voto, y corrigió el pésimo cálculo para la elección de los asambleístas, a fin de que cuadraran con los 80 que quería.
Ese decreto 153 es vergonzoso, como mucho de lo que sale de palacio: mal redactado, mal calculado.
Noboa señalaba que el total de asambleístas sería de 80 y que procederían 24 de una lista nacional, 52 de las provincias y 6 del exterior, pero no precisaba, como lo han hecho todos los que han convocado a una Constituyente, cuántos se elegirían por cada provincia, dejando ese cálculo al CNE, al que disponía publicar el «cuadro provincial definitivo aplicando el método D’Hondt».
Se ve que en el Palacio de Gobierno les da pereza calcular y que, además, no entienden para qué sirve el método D’Hondt, que no es un método para decidir cuántos asambleístas se eligen por provincia sino para asignar escaños después de una votación.
La CC le pega al Gobierno una repasada de maestro de escuela a alumno vago: «Cabe precisar que el método D’Hondt no determina el tamaño de las circunscripciones, sino que se aplica únicamente a la adjudicación de escaños una vez obtenidos los resultados electorales».
Pero, además, había una confusión de padre y señor mío en el número de asambleístas a elegirse. Noboa proponía uno fijo por provincia más uno por cada 200 mil habitantes o fracción que supere los 150 mil habitantes. Pero eso arrojaba como resultado 104 asambleístas provinciales y no 52.
La CC ha tenido que insistir en su dictamen en este punto, que es de aritmética de primaria: si hay mínimo un asambleísta por provincia se tiene 24, por lo que para completar los 52 solo debe elegirse 28 de acuerdo con la población. Pero si se aplica el criterio de uno por cada 200.000 habitantes, ¡resulta que se eligen 80!
Así, el “pequeño” error de cálculo de palacio haría que se tenga 80 asambleístas por población más 24 por el mínimo, más los demás segmentos: una asamblea de 132 integrantes, mucho más de lo que supuestamente se fija como máximo.
Con la cara roja de vergüenza deben haber leído en el palacio, la noche del martes, lo que les dice la Corte Constitucional: “Al no contar con parámetros claros de elección, no sería posible realizar ni siquiera la convocatoria a elecciones de la Asamblea Constituyente”.
Así que ahora, en el decreto expedido en el rosicler de la aurora, Noboa agacha la cabeza, quita los 13 considerandos (de 33 que eran), cambia la base de cálculo y establece que se elegirá un asambleísta por cada 471.000 habitantes.
También aclara otra cosa que la CC le indica: el método para el reparto de escaños de las listas nacional y del exterior. En efecto, era tan descuidada la redacción del 153, que señalaba que solo el reparto de las listas provinciales se haría por el D’Hont.
Esto lleva a preguntarse una vez más: después de la vergüenza que el país pasó al ver a los asesores jurídicos de la Presidencia de la República y del Legislativo balbucear incoherencias en su triste defensa de las preguntas para consulta popular en las audiencias de la CC, ¿no se ha dado cuenta el presidente Noboa de que necesita asesores de mejor nivel?
Yo escogería a los mejores juristas del Ecuador, pero al menos el primer mandatario debería escoger a quienes puedan redactar como un mediano bachiller y hacer cálculos aritméticos de un buen alumno de primaria, y no estos analfabetos de los que está rodeado.
Y también lleva a pensar en el futuro: si llega a darse la asamblea constituyente, ¿quiénes serán los iluminados que redacten la nueva Constitución? ¿Personas del ínfimo nivel como sus asesores? ¿O del penoso nivel de los actuales asambleístas, que no en vano se ha calificado como los peores de la historia?
Anteayer, el presidente dijo que “los conchudos” a los que ha ganado dos veces le quieren dar lecciones de lo que debe hacer. Se refiere, claro, al correísmo. Pero los que no somos conchudos y jamás fuimos correístas, también podríamos afirmar que el personal del que dispone es de última y que está pésimamente asesorado en lo jurídico y en lo político.
No faltará quien salte a refutarme diciéndome que, al contrario, Noboa ha demostrado gran habilidad para controlar todos los poderes. Que ahora responden a él el Legislativo, el Judicial, el Electoral, el de Control Social, y que eso es una muestra de gran manejo político.
Perdonen que les decepcione: eso no es manejo político sino uso de los mecanismos más crasos del poder ejecutivo: reparto de cargos y beneficios.
Me preocupa cómo se consigue esas mayorías y qué hacen esas mayorías. Uno de los resultados recientes no es para tirar cohetes y, al contrario, quedará grabado en las antologías del disparate y la vergüenza: el juicio político al Dr. Gonzalo Albán que, como bien él dijo, es el juicio político “más absurdo de la historia”.
¿Por qué se destituyó a Albán? Por incumplir sus funciones, dice la sentencia de la asamblea. Pero ese supuesto incumplimiento de funciones es por algo que él no hizo y que, además, no ocurrió en el desempeño de sus funciones.
¿Cómo es ese intríngulis? Pues sí, la acusación a Albán es que fue consejero del CPCCS habiendo estado afiliado poco antes al movimiento político Mover. Ya se sabe que el requisito para ser consejero es no pertenecer ni haber pertenecido en años anteriores a un partido o movimiento político (requisito que, obviamente, los de la Liga Azul se saltaron a la bartola).
No conozco al Dr. Albán, pero su explicación es convincente y documentada.
Resulta que cuando fue a inscribir su candidatura al CPCCS esta fue rechazada porque apareció afiliado a Mover. Como nunca se había afiliado a ese ni a ningún otro movimiento, pronto estableció que habían fraguado su firma. Igual sucedía con miles de ecuatorianos que aparecían afiliados a movimientos de manera fraudulenta, por empresas que dicen “recolectar” firmas, cuando en realidad se las inventan.
Albán siguió juicio y probó ante el Tribunal Contencioso Electoral que aquella no era su firma. Este determinó por sentencia que se trataba de un fraude y que el CNE debía inscribir su candidatura. Así llegó al CPCCS.
La argumentación del interpelante, un asambleísta de ADN, fue que no importa la sentencia del único tribunal que puede juzgar esta materia: el Contencioso Electoral, y que el señor Albán actuó habiendo estado afiliado poco antes a Mover. ¡Y sus colegas aceptaron esa falacia y destituyeron a Albán!
Un gobierno autoritario y una legislatura servil decidieron usar el más inverosímil e insostenible argumento para apartar de su cargo a una persona porque no es sumisa al Gobierno. Incluso, y así lo reveló Martín Pallares en el podcast “Politizados” del martes, le habrían ofrecido salvar: si Albán votaba el viernes por el Dr. Mario Godoy para que presida el Consejo de la Judicatura, le libraban del juicio político.
Albán no se vendió y afrontó el juicio político el lunes, cuyo resultado es una vergüenza para interpelante, asambleístas de gobierno y Noboa, pues han usado el argumento más espurio que inventarse puedan para deshacerse de alguien que consideran no manipulable.
Y eso es un honor para Albán, aunque le haya caído el injusto castigo de dos años de suspensión de sus derechos políticos, porque ha mantenido una línea independiente.
Y toda esta retorcida maniobra, ¿para qué? ¡Para nombrar a Godoy!, un abogado que defendió a narcotraficantes, que no es precisamente muy brillante y que tiene varias otras observaciones en su carrera. ¿Su mérito? Ser sumiso al Gobierno, aunque en el año y medio que ha estado en el cargo haya administrado muy mal la judicatura.
¿Puede así hacerse patria? No. Así solo se repite el viejo principio correísta: control total de los poderes del Estado, supresión de cualquier voz disonante, sin que importen los caminos para lograrlo.
Por cierto, si ya controla todo, ¿para qué ir a una Constituyente? ¿No es jugarse un albur y tratar de adivinar dónde está la bolita a un gitano mañoso, como a veces se porta el electorado?
¡Y que Dios nos coja confesados! ¿Será la nueva Constitución un galimatías como aquella frase sin sujeto, verbo y predicado con que el presidente nos anunció su intención de convocar a Constituyente? Fuente: Primicias
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