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El campo es la mesa de la ciudad

Bajo el cobijo de un amanecer prometedor, la cabecera parroquial de Los Encuentros cobró vida con la llegada de una celebración anual tan esperada como esplendorosa: la feria productiva y ganadera.
Desde las primeras luces del alba, el trasiego de productores ansiosos inundó el lugar, cargando consigo el fruto de su arduo trabajo y la ilusión de compartirlo con su comunidad.
Con orgullo palpable en el aire, los artesanos y agricultores encontraron en este espacio un santuario para exhibir sus creaciones, un rincón donde los sabores, aromas y texturas convergen en un festín para los sentidos.
«Al menos una vez al año, tener este espacio es fenomenal», expresó con gratitud uno de los ganaderos, reflejando el profundo vínculo entre la tierra y quienes la trabajan.
Desde los animales menores hasta las exuberantes cosechas de verduras, plátanos y yucas, pasando por los apetitosos cuyes y la majestuosidad del ganado y el cerdo, cada puesto brindaba una ventana a la diversidad y la riqueza de la región.
La feria, más que un evento, se erigía como un crisol de tradiciones, donde lo rural y lo urbano se entrelazaban en un baile de colores y sabores.
Sin embargo, entre los regocijos y las muestras de admiración, resonaba una voz de esperanza y necesidad.
Los productores, conscientes de sus desafíos, alzaron la voz en busca de un apoyo más robusto en materia de vialidad, manejo técnico y acceso a mercados. «Con eso, tenemos todo», afirmó con convicción un representante de la asociación, vislumbrando en el respaldo colectivo la llave para desatar el potencial latente de la comunidad.
Así, entre el bullicio de la feria y los sueños de un futuro más próspero, la jornada transcurrió entre sonrisas, intercambios y el palpitar de una economía que late al ritmo de sus protagonistas.
La feria de Los Encuentros no solo es un evento, es un testimonio vivo del poder transformador de la cooperación y la pasión por labrar un mañana mejor.

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