Opinión
Más de 600 Muertes Violentas en Enero y un País al Borde del Colapso Social

Ecuador ha iniciado el 2025 con una cifra aterradora: más de 600 muertes violentas solo en el mes de enero. Este dato no es un hecho aislado, sino el síntoma de una enfermedad social que se ha gestado durante años. ¿Qué factores nos han llevado a este nivel de descomposición social? ¿Qué retos enfrenta el gobierno para revertir este panorama sombrío?
En la última década, Ecuador ha experimentado una transformación preocupante. El país, que alguna vez fue considerado un territorio de tránsito para el narcotráfico, se ha convertido en un epicentro del crimen organizado. Según cifras oficiales, la tasa de homicidios pasó de 6% por cada 100.000 habitantes en 2017 a más de 25% por cada 100.000 en 2024. Este aumento explosivo refleja el avance de organizaciones criminales que han encontrado en Ecuador un terreno fértil para sus actividades, gracias a una combinación de factores sociales, económicos y políticos.
El desempleo, la pobreza y la falta de oportunidades han sido el caldo de cultivo perfecto para el crecimiento de la delincuencia. Según datos del INEC, en 2024 más del 25% de los jóvenes ecuatorianos estaban desempleados, y muchos de ellos terminaron siendo reclutados por bandas criminales. Además, el incremento en la informalidad laboral (que supera el 50%) y la desigualdad económica han generado un resentimiento social que alimenta la violencia.
Otro factor clave ha sido la crisis educativa. Entre 2020 y 2024, más de 200.000 niños y jóvenes abandonaron el sistema escolar, muchos de ellos por razones económicas o la necesidad de apoyar a sus familias. Esta desconexión educativa no solo deja a estos jóvenes sin herramientas para el futuro, sino que los expone directamente al riesgo de caer en actividades ilícitas.
El gobierno debe recuperar el control del territorio frente a organizaciones criminales que operan prácticamente con impunidad. Esto no solo requiere un enfoque militar o policial, sino también políticas integrales que atiendan las causas profundas del problema: pobreza, desigualdad y falta de acceso a servicios básicos.
El segundo gran desafío es la reconstrucción del tejido social. La violencia no solo se combate con armas, sino con educación, empleo digno y oportunidades para los más jóvenes. Invertir en programas sociales, en especial en las zonas más vulnerables, será fundamental para evitar que nuevas generaciones caigan en las redes del crimen.
Por último, el Gobierno debe liderar un proceso de reforma institucional. Ecuador necesita un sistema judicial fuerte, transparente y eficiente que garantice la sanción efectiva de los delitos y acabe con la impunidad. Esto incluye modernizar las cárceles, hoy convertidas en centros de operaciones criminales, y depurar a las fuerzas del orden, muchas veces infiltradas por el narcotráfico.
Más allá de las cifras, cada muerte violenta representa una familia destrozada, una comunidad marcada por el miedo y una sociedad que poco a poco se desmorona. Ecuador necesita un cambio profundo, no solo en sus políticas de seguridad, sino también en su modelo social.
Es momento de que como país enfrentemos esta crisis con responsabilidad y compromiso colectivo. Los ciudadanos, las instituciones y el gobierno deben trabajar juntos para construir un Ecuador más seguro, más justo y con más oportunidades para todos. Si no actuamos ahora, el costo social será incalculable, y el sueño de un país en paz se convertirá en una utopía inalcanzable.
Opinión
“El rol irremplazable de la familia en el éxito escolar”

Introducción:
Cada año lectivo representa mucho más que un calendario escolar: es una oportunidad renovada para construir el futuro de nuestros hijos. Sin embargo, ese futuro no depende únicamente de los contenidos académicos ni del esfuerzo del estudiante o del docente. Depende, en gran medida, del compromiso que asuma la familia en el proceso educativo.
El acompañamiento familiar no es un acto ocasional, sino una presencia constante. Estar atentos al avance académico, participar en reuniones, conversar con los docentes y, sobre todo, brindar en casa un ambiente de apoyo, tranquilidad y confianza, son gestos sencillos pero poderosos que pueden marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso escolar.
A lo largo de este artículo reflexionaremos sobre la importancia del estudio como herramienta de superación, sobre el rol fundamental que cumple la familia en el rendimiento académico y las consecuencias visibles de la falta de involucramiento y propondremos acciones concretas para que todos los padres, madres y cuidadores puedan comprometerse genuinamente con la educación de sus hijos.
El rol familiar en el rendimiento escolar
La familia es el primer espacio de aprendizaje de todo ser humano. Es allí donde se forman los valores, hábitos y actitudes que luego se reflejan en la escuela. Numerosos estudios y experiencias en el ámbito educativo demuestran que los estudiantes que cuentan con el apoyo constante de sus padres o cuidadores suelen mostrar mayor motivación, responsabilidad y compromiso con sus estudios. La simple presencia de los padres en reuniones escolares, la supervisión de tareas o el interés genuino por lo que ocurre en el aula, envía un mensaje claro al niño o joven: “Tu educación importa”.
Cuando una familia acompaña activamente el proceso escolar, no solo se fortalece el rendimiento académico, sino también la autoestima y el desarrollo emocional del estudiante. Sentirse respaldado en casa le brinda al alumno seguridad y confianza para enfrentar los desafíos escolares. Por el contrario, la falta de interés o de presencia de la familia puede generar en los estudiantes sentimientos de abandono, baja autoestima o desmotivación, lo que a menudo se traduce en bajo rendimiento, problemas de conducta o incluso en deserción escolar. Su rol no es reemplazar al maestro, sino caminar a su lado, formando juntos el camino hacia una educación integral y exitosa. Cuando el hogar ofrece un ambiente de tranquilidad y confianza, se reducen el miedo y la ansiedad, favoreciendo el aprendizaje.
La importancia de la educación en el progreso personal y familiar
La educación es una herramienta poderosa que impulsa el crecimiento personal y transforma la vida de las familias. No se trata solo de cumplir con una obligación escolar, sino de adquirir conocimientos, valores y habilidades que permiten a niños, jóvenes y adultos tomar decisiones informadas, enfrentar con mayor autonomía los desafíos de la vida y acceder a mejores oportunidades laborales y sociales.
Este proceso comienza en casa. Cuando los padres valoran el estudio, lo promueven con el ejemplo y acompañan activamente a sus hijos, están sembrando en ellos una motivación profunda por superarse. En contextos de escasos recursos, la educación representa una vía real para romper ciclos de pobreza, generar movilidad social y fortalecer la autoestima. Por eso, apoyar la educación de nuestros hijos y también retomar nuestra propia educación, que quedó pendiente por las dificultades y limitaciones de la vida, es una inversión que impacta positivamente en toda la familia y en la comunidad.
La educación es un proceso, no un producto final
La educación es un proceso continuo y cotidiano que requiere presencia, compromiso y constancia, tanto por parte de los estudiantes como de sus familias. Comprender esto es clave para acompañar de manera efectiva a nuestros hijos en su formación.
Este proceso no se limita al cumplimiento de fechas académicas ni a la recepción de calificaciones. Comienza con asegurar la asistencia regular al centro educativo, continúa con el seguimiento del rendimiento académico y del comportamiento, y se refuerza mediante la comunicación permanente con los docentes y la presencia activa de los padres en momentos clave, como la entrega de libretas o reuniones escolares.
Quienes entienden la educación como un producto final suelen estar ausentes durante gran parte del año escolar, acuden a última hora, cuando ya se ha producido una reprobación, buscando soluciones rápidas sin haber asumido previamente su rol en el proceso, cuando el acompañamiento debió haberse dado desde el inicio. Esta actitud reactiva, además de perjudicar al estudiante, genera tensiones innecesarias con los docentes y el sistema educativo.
En contraste, los padres que viven la educación como un proceso están presentes desde el primer día hasta el último. Acompañan, dialogan con los maestros, identifican señales de alerta, y toman medidas preventivas y correctivas a tiempo. Entienden que educar es más que aprobar materias: es formar seres humanos íntegros, responsables y emocionalmente estables.
Causas y consecuencias de la falta de involucramiento familiar
La falta de involucramiento de las familias en la educación de sus hijos es una problemática que afecta directamente el rendimiento escolar, pero sus raíces son variadas y complejas. Entre las causas más comunes se encuentran las dificultades económicas y las jornadas laborales extensas, que obligan a muchos padres a ausentarse por largas horas, dejando poco tiempo para el acompañamiento académico. A esto se suma el bajo nivel educativo de algunos cuidadores, que sienten que no tienen las herramientas necesarias para apoyar a sus hijos en sus tareas o comprender los contenidos escolares.
También incide la falta de conciencia sobre la importancia del acompañamiento, especialmente en hogares donde se considera que la educación es únicamente responsabilidad de la escuela. En otros casos, existen problemas familiares más profundos, como la violencia intrafamiliar, el abandono emocional o la desintegración del núcleo familiar, que dificultan un ambiente propicio para el aprendizaje.
Las consecuencias de esta falta de participación son visibles y preocupantes. Los estudiantes que crecen sin el respaldo emocional y académico de sus familias tienden a mostrar bajo rendimiento escolar, poca motivación, problemas de conducta y, en muchos casos, deserción escolar. Al no sentir que su educación es valorada en casa, pierden el interés, la disciplina y la confianza en sí mismos. Además, la falta de orientación y límites puede llevarlos a adoptar conductas de riesgo dentro y fuera del entorno escolar.
En definitiva, es necesario promover una cultura de corresponsabilidad entre escuela y familia, donde cada parte asuma el compromiso que le corresponde para asegurar el éxito educativo de nuestros niños y jóvenes.
Propuestas y llamado a la acción
- Una de las primeras propuestas es fomentar la comunicación asertiva entre familia y escuela. Asistir a reuniones, responder a los llamados del docente y mantenerse informado sobre el progreso académico del estudiante son pasos fundamentales. Esta conexión fortalece la confianza mutua y permite detectar a tiempo cualquier dificultad que el alumno esté enfrentando.
- Otra acción clave es establecer rutinas en el hogar que favorezcan el estudio, como un horario fijo para hacer tareas, un espacio tranquilo para leer o revisar lo aprendido, y la supervisión constante, sin necesidad de resolverlo todo, pero mostrando interés genuino por lo que el niño o joven aprende.
- También es importante valorar y celebrar los logros, por pequeños que sean. Un gesto de reconocimiento, una palabra de aliento o simplemente preguntar cómo fue el día escolar pueden marcar una gran diferencia en la autoestima del estudiante.
- Además, las instituciones educativas y las comunidades pueden contribuir creando espacios de formación y orientación para padres, donde se compartan herramientas sencillas para acompañar mejor a sus hijos. La educación familiar también debe ser una prioridad. El éxito escolar no depende solo del esfuerzo del estudiante ni del trabajo del docente, sino también del compromiso diario y afectivo de quienes lo rodean en el hogar.
- Debemos crear en casa un ambiente de calma, respeto y apoyo, donde el niño o joven pueda aprender sin miedo ni presión excesiva. Como dice una regla sencilla pero poderosa: si aumenta la calma, disminuye el estrés; si aumenta la confianza, disminuye el miedo, y aprenden mejor.
- Finalmente, es urgente hacer un llamado a la conciencia: la educación no es tarea exclusiva de la escuela. Es un proceso compartido que empieza en casa y se fortalece con el trabajo conjunto.
Conclusión
El éxito escolar no es obra del azar ni responsabilidad exclusiva de los docentes. Es el resultado de un trabajo compartido donde la familia juega un papel protagónico e insustituible. A lo largo de este artículo hemos visto cómo el acompañamiento familiar fortalece el rendimiento académico, motiva a los estudiantes, y les brinda la seguridad emocional necesaria para enfrentar los retos del aprendizaje.
Cuando los padres entienden que la educación es un proceso diario y no un producto final, se comprometen activamente en cada etapa: desde asegurar la asistencia, supervisar tareas, dialogar con los docentes, hasta brindar en casa un entorno de calma, afecto y confianza. Por el contrario, la falta de involucramiento, ya sea por desconocimiento, falta de tiempo o desinterés, suele tener consecuencias negativas visibles: bajo rendimiento, desmotivación, conflictos y hasta abandono escolar.
Pero siempre hay tiempo para cambiar. Hoy, más que criticar, queremos hacer un llamado a la conciencia y a la esperanza. La educación transforma cuando la familia acompaña. Por eso, en este nuevo año lectivo 2025 2026, caminemos junto a nuestros hijos con constancia, amor y responsabilidad. Estemos presentes, participemos, escuchemos y actuemos. Porque el futuro de nuestros hijos se construye hoy, paso a paso, con el compromiso de todos.
Opinión
Unidos contra la violencia
La reciente noticia del atentado en contra del político colombiano Uribe Turbay en la ciudad de Bogotá, demuestra una vez más el avance de la violencia en nuestro continente que inunda las calles de sangre y atemoriza a las personas de bien a ser parte de la política, pero también a realizar actividades cuotidianas.
El fatal atentado que sufriera Fernando Villavicencio en la ciudad de Quito, más la infinidad de crímenes cometidos en contra de alcaldes, concejales, autoridades diversas en prácticamente todas las provincias del Ecuador, nos muestran la imagen más descarnada de los criminales tratando de adueñarse de los espacios y de manejar las sociedades a su violenta manera.
Las noticias que nos llegan de actos delictivos como secuestros, cobro de extorsiones, muertes violentas, atentados, en diversas partes de la geografía latinoamericana, nos dejan con la impresión, por la similitud de acciones, de que el crimen organizado actúa de manera conjunta y golpea a los diversos sectores de las sociedades.
La reflexión, además de la solidaridad con las víctimas, con sus familiares y con la sociedad en general, viene por el lado de pensar que, si los criminales actúan de manera organizada y tienen estrategias sangrientas, por qué los gobiernos no actúan en conjunto, me refiero a los de América Latina, por qué no se diseñan estrategias, controles, acciones que vayan a minimizar y ojalá a erradicar la acción de estos criminales de nuestros territorios.
Organizaciones como la OEA deberían tomar un liderazgo en este sentido, dejando de lado las diversas ideologías de los mandatarios del momento, para pensar en cómo conseguir seguridad para los ciudadanos del continente.
Análisis económicos nos dicen del impacto que la inseguridad causa en nuestras economías y en cómo América Latina aparece como el área del planeta que menos crecimiento económico registrará este año y esto en buena parte se debe a la inseguridad que azota las calles, las plazas y la vida misma de las ciudades.
Hay que unir fuerzas, estamos compelidos a hacerlo, la realidad de lo que ocurre cada día en nuestra región es un llamado poderoso a la actuación en conjunto. Fuente: El Telégrafo
Noticias Zamora
Oro entre la esperanza y la exclusión: el grito silenciado de Zamora Chinchipe

Por: Alcíbar Lupercio – Periodista comunitario.
En este pedazo de la Amazonía ecuatoriana, donde el verde espeso de la selva se funde con el sudor del trabajo honrado, la tierra guarda un tesoro tan brillante como polémico: el oro. Desde su redescubrimiento en la década de los 80, cuando las minas de Nambija abrieron sus entrañas a la esperanza, la provincia de Zamora Chinchipe no volvió a ser la misma. Pero el oro, que debía traer desarrollo, ha terminado sembrando conflicto, división y desconfianza.
No fue la riqueza la que trajo primero a los habitantes, sino la necesidad. En los años 60, cuando la sequía azotaba a Loja, muchos migraron hacia esta provincia. Vinieron con la firme decisión de hacer patria, de habitar estas tierras que también eran codiciadas por intereses extranjeros. Aquí alzaron la bandera del Ecuador, hombro a hombro con los pueblos originarios, como el shuar, defendiendo con valor un territorio que otros intentaban arrebatar. Hoy, medio siglo después, la amenaza no viene del vecino país, sino de los tentáculos de poder económico –nacional e internacional– que han descubierto en Zamora no solo un suelo fértil, sino un botín dorado que se pretende arrancar sin importar el costo social o ambiental.
La minería, legal o no, ha sido durante décadas el motor económico de esta provincia. Miles de familias han vivido de ella, han puesto pan en sus mesas, han pagado estudios y han generado empleo donde el Estado ha estado ausente. Y sin embargo, son precisamente esos pequeños mineros los que hoy son estigmatizados, perseguidos y silenciados. El discurso de la defensa del medio ambiente se ha vuelto el nuevo dogma de los poderosos para legitimar el despojo y marginar a los verdaderos actores del territorio.
La criminalización de la pequeña minería, en contraste con la permisividad hacia las transnacionales, es una paradoja que hiere. Se persigue al campesino que extrae oro con sus propias manos, mientras se abren las puertas a quienes vienen con maquinaria pesada, contratos blindados y respaldo político. Se ignora que el problema no es la minería, sino la falta de regulación justa, de acompañamiento técnico, de créditos, de capacitación, de visión de Estado.
Hoy no hay dinero en las calles de Zamora. La paralización minera no solo afecta a los mineros, sino a los comerciantes, transportistas, productores, emprendedores. Se detuvo el flujo económico y con él, el aliento de una provincia que ha aprendido a sostenerse casi sola. La pobreza golpea con fuerza, mientras las autoridades locales miran de lejos, sin proponer soluciones ni liderar un verdadero diálogo.
No se puede andar sobre oro y vivir en la miseria. No se puede exigir cuidado ambiental sin ofrecer alternativas reales. Y no se puede llamar ilegal a quien ha trabajado la tierra por generaciones, mientras se legaliza, con leyes a la medida, a los grandes capitales.
La solución no está en la represión, ni en el silencio cómplice. Está en la regularización, en el acompañamiento, en la justicia social y en el respeto por quienes han sostenido esta provincia sin ayuda estatal. Está en mirar con seriedad a la pequeña minería y reconocer su aporte al tejido económico local. Está en sembrar paz, diálogo, desarrollo y dignidad.
Zamora Chinchipe no es solo un mapa minero. Es un territorio de historia, de lucha, de cultura y de gente que merece vivir con derechos, no con dádivas. El Estado tiene una deuda histórica con esta provincia, y es momento de saldarla con políticas públicas reales, no con persecuciones disfrazadas de legalidad.
Los mineros no son delincuentes. Son emprendedores, padres y madres de familia, ciudadanos que exigen ser reconocidos. Y su grito, aunque intenten callarlo, retumba en las montañas que alguna vez defendieron héroes anónimos. Porque esta tierra, rica en recursos, no puede seguir empobrecida por decisiones centralistas ni por intereses ocultos.
Legalizar la pequeña minería, apoyar al productor, invertir en infraestructura social, y erradicar la corrupción que se esconde en las instituciones del Estado no es una opción: es una urgencia ética. De lo contrario, nos estaremos auto eliminando como sociedad y como país.
Es tiempo de unidad. Es tiempo de verdad. Es tiempo de justicia.
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